Historias

Es de día. La gente camina distraída como siempre, mirando sin mirar, a penas sin fijarse demasiado.
Aquél hombre, tras estar toda la mañana de un lugar a otro, ausente de su propia realidad, decide
entrar en el cine. No observa el título, es igual, carece de importancia.
Lo oscuro de la sala no le permite ver, espera unos segundos y
se le acerca el acomodador que gentilmente lo sitúa en mitad del recinto.
Reina un silencio absoluto fijando sus ojos en la pantalla que ofrece la siguiente escena.
­
Elvira sir­
ve la comida escuchándose el fino sorbo al tomar la sopa. Ella presunta.
-¿Cómo te ha ido? Se refiere a Oscar,
uno de sus hijos, que sumiso, responde.
-Bien, no pue­
do quejarme, para ser la primera semana de trabajo la cosa no va mal.
Es el mayor; tuvo que dejar los estudios para po­
nerse a trabajar porque hacia falta el dinero. Tras un corto silencio, habló Iván, el más pequeño.
-
Estaba en clase. Era la segunda hora, nos tocaba matemáticas. Esperábamos al profesor que no llegaba, pero apareció una joven que impartía la asignatura de lenguaje en otra aula. Nos contó que venía en sustitución de nues­tro profesor. Era muy bonita; allí nadie tenía ganas de dar clase, entonces, nos relató una historia.
Un hombre paseaba junto a su perro por el campo.
Llegó a un lugar donde había una pequeña gruta. Entró con el animal en la cueva y la estuvo observando con cierta curiosidad durante un rato. Más tarde se dio cuenta de que el perro estaba inmóvil, tumbado; muerto. Lo sacó preguntándose la razón de aquel suceso, pero no halló nada lógico. Pasó el tiempo y el extraño acontecimiento fue de boca en boca alcanzando popularidad y el interés de varios investigadores que llegaron al lugar para hallar una respuesta. Los hombres de ciencia, tras un minucioso reconocimiento, determinaron la causa de todo. Por algún lugar de la cueva se filtraba un gas que resultó ser anhídrido carbónico que había formado una capa de medio metro posándose sobre el suelo. De ese modo, y al tener una altura superior, el gas invisible pasó desapercibido para el hombre, no así para su pobre mascota que murió asfixiada al respirarlo. La profesora dijo que con aquella exposición habíamos aprendido que el CO2 era irrespirable.
Rosi,
la hermana, terminó pronto de comer y fue a su habitación. Estaba preocupada e irrumpió en un a­bierto llanto. Mientras sus ojos de color verde iban llenándose de lágrimas, recordaba.
Estuvo con Luis, su prometido. Preparaban desde hacía tiempo la boda, pero había ocurrido algo. Le gustaba Daniel,
un chico que iba de vez en cuando a la oficina. No podía evitarlo y empezaba a sentirse enamorada. Notaba una sensación de plenitud cada vez que lo veía al tiempo que aumentaba su respiración. También quería a Luis, eran novios desde siempre. No podía romper con él, sería un golpe muy duro. Se sentía desgraciada. La noche anterior, armándose de valor, habló con Luis que con cara de perplejidad y asombro no pudo creerlo. Furioso e incontrolado la insultó llamándola de todo y amenazándola.
Rosi, continuaba llorando cuando en la habita
ción entró su madre que abrazándola trató de conso­larla. Le contó la manera de conocer a Joaquín, su marido.
Estaba en un baile de aquellos que se hacían todos
los domingos por la tarde en el gran patio a espaldas de la iglesia. La invitó a bailar. Ella, orgullosa y distraída, no atendió. Amable insistió de nuevo y salieron juntos. Su noviazgo fue largo. Al final, se casaron y un día, como otro cualquiera, Joaquín desapareció. No dejó ningún rastro. Nadie supo jamás de él.
La madre le decía a su hija que los hombres eran extraños. No comprendían la vida, pero ellas debían seguir viviendo. Rosi, limpiándose las lágrimas que resbalaban por su cara, finalmente se decidió. Buscaría a Daniel y ambos emprenderían una existencia juntos.

Al día siguiente, Luis no pudo soportar su angustiado presente e incapaz de vivir en soledad esperó a Daniel para dispararle varias veces antes de quitarse él mismo la vida.
Iván contaba a sus compañeros historias extrañas a la vez que Oscar se arreglaba la corbata antes de ir al trabajo. Rosi, ajena a todo lo ocurrido,
sale de casa esperanzada. Elvira continúa con las tareas del hogar y el pensamiento en otras muchas cosas.
La luz alumbra la sala. Aquél hombre es el único es
pectador que ha acudido a ver la película.
Despierta sudoroso. Mira el reloj de la mesilla que marca las cinco. Gira a su lado y allí está ella.
Va a la habitación de sus hijos. Oscar se ha dormido con un libro de medicina en sus manos. Iván tiene junto a su cama un pequeño laboratorio para hacer pruebas químicas. Abre la otra habitación y ve a Rosi. Duerme tranquilamente. Llega a la cocina, bebe un poco de agua y piensa sonriendo.
-Estoy en casa.

autor Fermosell m.s.

Resonancia

El incesante ruido, prueba inequívoca de toda huella sonora, producía una señal persistente cuyo trance agudizaba el molesto paso.
Hondo, con temible propósito, sin dilación ni pausa; abortando todo silencio en hábil desprecio, el tenso sonido arrojaba mezquino una imitación resonante que eludía salpicar juicioso al brío certero.
Con estrépito, ausente de ropaje digno, armado de seco desdeño e inusitada rudeza, hacía que cualquier esfuerzo quedara equidistante; fuera de lugar, antes de producirse.
Ofrecidos al sacrificio, inmersos en la conmoción, unos no llegaban siquiera a ser ideados, otros, sucumbían con rapidez pasmosa. Atrapados, intentaban llenar el recóndito espacio de la cautela para hallar sosiego.
La mayoría, en propia lucha de interés, dejaba de saborear el deleite de manifestarse y ser protagonistas.
Quizá el más fuerte, o tal vez el más astuto, sabedor de su propio empeño, aunque carente de lógica, burlase el trepidar continuo de aquel estruendo que parecía eterno y lograse salir a la luz para tomar la realidad ofrecida, pero, el goce amargo de no conocer bien su sentido, el fin buscado que diese razón a su presencia en el desenlace de su resolución, daba pie a que se desvaneciese pronto.
Quedaría invisible, evaporado; dentro de esa maraña que forma la nada y que no ha de verse nunca para decrecer marginado quedando solo en un extremo, allí donde es difícil salir.
Volvería a reunirse con aquellos cuyo temblar constante se sujetaba en la actividad de sus primitivos movimientos; absortos.
Se reciclarían de nuevo y no recordarían que antes, al no tener conciencia de ellos mismos, por un tiempo, habrían sido viejos.
Ahora porfiarían otra vez; de manera alocada, en tropel, para que alguno, tras viajar por la línea marcada terminase alojado en el pórtico de un paraje dilatado y lúcido que conociese su objetivo.
Su proyecto desconocido iría en unión con la idea preconizada, así, al traspasar libre, sin ataduras, el hueco y deforme sitio, aquel agudo silbido cesaría en algún momento para transformarse con oportunidad y tras deducción en un pensamiento joven, sin trabas; lleno de mensaje.

autor Fermosell m.s.

Decisión

Ya de antemano, el color negro le daba una seriedad adquirida desde el principio; ofrecida en su contorno oscuro que cubría por completo la hechura otorgada y le inducía, con una prisa irreal, a ir por los largos pasillos de lo sombrío para errar eternamente allí donde no se sabe.
Mirándolo no había verdadera constancia de su utilidad por ser algo impersonal, duro; marcadamente sólido. Pero luego, más tarde, quizá en unión con lo oculto y manejado por algo superior, sabría acercar los caminos para conjurar, por un instante, cualquier soledad logrando que el alejamiento de ésta fuese el único vínculo entre él y los demás. Ese lazo que, de algún modo, servía de cordón umbilical entre el mundo y la propia decisión de apartarse.
El teléfono, pues, sonaba. Varias veces retumbó haciendo que su eco golpease con estruendo aquella habitación aproximadamente plana que escondía, bastante bien, su limitada forma de recortada luz; no demasiado grande donde el espacio era poco menos que la dimensión acordada en aquel ancho y, seguramente, por esa causa el bullicio aumentaba.
Las delgadas paredes parecían estar cerca del suelo, casi juntas, encadenadas para sentirse próximos; y los escasos muebles, opacos, algunos de manera puntiaguda, viéndolos desde diversos ángulos, por su aspecto, era como si se tocasen entre ellos para hablar susurrando; calladamente.
Sólo el enfoque de aquella visión distorsionaba el sosiego de una apariencia que fue relativa para dejar de serlo después, y, cuando ya no existía, se tuvo certeza de ello pasando a convertirse en evidencia más o menos clara de hechos casi definidos, la mayoría inacabados en el tiempo, estancados en reflejos, y que son causa, además, de todo lo que acontece desde ese momento dándose, pues, origen a una red de sucesiones que emergen despavoridas de un sitio supuesto; obrados no por el deseo o el convencimiento, sino inducidos por la propia certidumbre, oculta en lo invisible, siendo ello justificación suficiente, puramente exacta, para seguir desarrollando con esa continuidad desmesurada lo que pudiera ser, pero no es, determinado siempre por múltiples factores, es decir, aquellos que se conocen, pero se aceptan ignorar no de agrado porque impera la crudeza de lo irreflexivo, la dilación de cualquier improvisación errónea que conlleva las deliberaciones a tomar en cada palabra, gesto o hecho expresado, y que serán, en mayor modo, antagónicos en las resoluciones emanadas, omitiendo, también, la realidad que se antepone a lo acordado; suponiendo, con lógica, que está movida por la inercia de todo pensamiento, aquella que desembocará inexorablemente en lo concerniente de un final bien conocido por ser igual, aunque nunca especifique el propio fin, porque éste, se silencia cada vez, esquivando aconteceres para mostrar luego nada más que las continuaciones de toda experiencia vivida.
Con lentitud, como símbolo de sorpresa de todo lo hecho, la puerta comenzaba a abrirse. Junto a ella parecía estar; la movía, pero no era el empuje torpe y acompasado de su mano quien lo hacía pues la verificación de ello certificaba nada más que la acción en su provecho justificándolo de un modo incoherente por cuanto deseaba no negarse lo que parecía verdadero. Tampoco fue visto al traspasar la entrada que tenía poca claridad; se diría que, durante un soplo, sintieron algo; tal vez la sensación amarga de verse solos, abandonados en un hueco sin forma; pesadamente apartados de lo humano.
Se diría que giró atrás para verse inmóvil, sin dirección en la mirada; falto de un derecho legítimo que le fue quitado con absoluta destemplanza, como si hubiese hecho mal uso del mismo. No era él, o quizá sí. Lo imaginaba y esa sospecha estaba motivada por la información de esos impulsos anexos al deseo de representar un papel fiel dentro de las diferentes realidades que surten el conjunto de cada decisión tomada bajo elementos concretos, y donde el testigo y juez suele ser la misma persona para tener autenticidad de que lo cierto es la subjetividad de todo lo realizado, donde el compromiso de lo hecho, en ocasiones, está por encima del resultado impidiéndose, de tal manera, que desaparezca la agónica duda de la disparidad y la diversificación ahogando, entonces, todo presagio de seducción propia.
Oía voces lejanas que se agitaban y apenas si podían entenderse. Sus expresiones carecían de lógica para irse por resquicios llenos de fisuras; eran gritos de ayuda, de un auxilio buscado en balde porque el cansancio de quien lo necesitaba lo había cubierto de harapos y flotaban allí para marcharse luego en un aire cargado, extremadamente lleno de nada; atormentados por ese vacío que ni siquiera es respirable y agota todo esfuerzo.
Notó que el matiz rojo de aquel finísimo hilo le discurría largamente mientras buscaba llegar al suelo. Casi no era perceptible confundiéndose con un cordón cuyo filamento estuviese rígido; y no bien por el tacto o la vista, sentidos ambos que están siempre limitados por cualquiera de ellos. Algo le llevaba a tal creencia; tuvo fe de un poder insensible cuya ilusión marcaba el conocimiento de la realidad suprimida en ella, disfrazada de un modo engañoso. Mas todo engaño es real porque muestra la evidencia relativa de cada desenlace, y éste, puede ser dulce; poseer el encanto complaciente de su suerte.
Despacio, acompañado de un tiempo breve que le acariciaba, se fue separando para perderse sin trazas.

autor Fermosell m.s.

Detalles

-Dámelos.
-Los irás teniendo con el tiempo, no se puede sacar de donde no hay.
-¿Vas a serlo conmigo?
-¿A qué te refieres?
-No creo que haga falta volver a lo mismo, sabes bien lo que quiero decir.
-Supongo, pero pedirle a otra persona algo que no tiene por naturaleza es imposible, aunque sí puedes ayudarlo y apreciar los mínimos que vayan saliendo. Esos, aunque te parezcan pocos, son importantes; los demás, los que tú dices, vendrán luego, irán llegando cuando esa persona que soy comprenda realmente que pueden hacerte feliz. No tengas prisa porque de nada sirve. Seguro que tendré otros, pero déjame que los tenga a mi manera.
-Dime dónde están los míos.
-¿Para qué quieres saberlo?
-Porque como son míos los quiero tener y así empezaremos de cero, sin ellos.
-No lo comprendes, ¿qué tiene que ver eso con esta insistencia tuya?
-Porque de esa manera no pensaré más en lo mismo.
-Creo que no te das cuenta cuando digo que adoro tu virtud de tenerlos conmigo. Los tuyos son un regalo que ya me pertenece y no puedo devolvértelos.
-¿Qué prefieres, que yo empiece desde un principio, dándome los que ya tienes y que fueron míos, o terminar así, carentes de todo, ahora mismo?
-¿Por qué me pones en ese trance de elegir fríamente algo que puede cambiar mi vida?. No es justo que unas palabras plasmadas en papel echen por tierra lo vivido. Los tuve libremente porque así lo deseabas, eran parte de ti que se ofrecían sin ataduras, querías hacerlo. Ahora me pertenecen y sería incongruente que te los devolviese. Los pocos míos quiero que los tengas porque de ese modo podré ofrecerte más, será como aferrarme a lo de ahora para construir lo que deseamos.
-¿Me los das?

-¿Por qué quieres quitarme lo que un día tras otro recibí?. Ya han calado, son parte mía.
-Porque quiero que te sientas vacío como yo lo estoy.
-¿No te he dado nada desde el comienzo?
Razona tus verdaderas intenciones.
¿Qué dices cuando expresas que te sientes vacía?
¿Ya no te acuerdas de nada más?
-Por última vez, me los vas a dar sí o no.
No puedo hacerlo porque me agarro a ellos y ellos dirán cuando no te tenga que existías de alguna manera.
-Es decir, que los prefieres antes que a mí. Acabas de decidir.
-Si no puedo compartiros, sabes bien lo que deseo. Hacen que pueda continuar. Si te los doy, dónde podré mirar, en qué podré fijarme. Cuál será mi referencia para seguir si tus palabras no suenan en mis oídos, sólo puedo leerlas o es que has olvidado quién te creó. Sólo estás ahí, en esos detalles que me pides. ¿Cómo podré dártelos si aún no los tengo?

autor Fermosell m.s.

Antes

La peluquería de señoras estaba situada en la esquina de la calle del Triunfo que conmemoraba una acción social conseguida en el pasado tras una larga reivindicación. Ese había sido un tiempo en el que casi todo estaba por conseguirse.
Ahora, las persianas dejaron de tener su aspecto normal para tomar otro bañado de suciedad y acompañada de una grasa que resbalaba al tacto. Dentro podría haber alguien, pero la suposición era más fuerte que la realidad y por tal motivo quedaba siempre así; posiblemente no estuviese abierta desde hacía mucho.
Casi al lado, unos metros más adelante, las baldosas del puente demostraban que el material con que las hicieron era de buena calidad puesto que aún conservaban el brillo inicial, pero debajo no discurría el agua porque las lluvias habían dejado de caer y, también, por el desvío del pantano cuya salida terminó siendo corregida hasta otro punto. Años atrás, por el río, jóvenes y mayores disfrutaban a gusto mientras nadaban, paseaban en barca o, simplemente, se dedicaban a la pesca cerca de su orilla. Durante el verano, las acampadas fueron una práctica habitual de la que emanaba, sobre todo al atardecer, un ambiente delicioso.
-¿Es esa la mano buena?.
-En realidad, ninguna de las dos.
-Pues ten cuidado que la caja pesa bastante.
-Claro, pero si no la cargo yo, ¿quién lo va a hacer?. Tú no puedes y, además, llevas dos bolsas.
-Sí cariño, pero debes tener cautela por tu espalda, sabes que no está muy bien.
-No te preocupes, lo haremos despacio y descansaremos en más ocasiones. De todas formas, no importa demasiado si llegamos un poco tarde, recuerda lo que tuvimos que esperar aquella vez; fue tal la afluencia de asistentes que prolongaron la sesión; lo hicieron como algo excepcional.
-Es cierto, pero a pesar de todo, ardo en deseos de llegar para que estemos otra vez juntos.
-No me gusta que te hagas tantas ilusiones porque después, al acabar, te vienes abajo y el vacío se apodera nuevamente de ti; lo pasas francamente mal. Has de comprender que no es la primera ni que tampoco será la última ocasión que se nos presente; por tu propio bien tómalo de otro modo.
-Cariño, no lo entenderías; para comprenderme un poco tendrías que ponerte en mi lugar. Piensa que para mí, como mujer, es desolador comprobar que de poco ha servido el haber luchado tanto en esta dura existencia que nos tocó vivir, nada más que sufriendo para luego quedarnos solos y sin nada porque el tiempo se encargó de echar su velo sobre nosotros llevándoselo todo, incluso lo que más añoramos.
-Bueno, no te pongas triste, estamos los dos; nos hacemos compañía y seguimos queriéndonos que es lo principal, a otras personas no les queda ni siquiera eso; ellos si que rebosan soledad porque se vieron atrapados en sus circunstancias. La suerte se les tornó trágica.
Ruedas Oval, casa fundada en 1970.
El nombre del modelo no podía entenderse; pocos recordaban un auto similar mientras devoraba kilómetros en aquellas carreteras tan extensas. Por la numeración de su matrícula se sabía que muchas primaveras habían descansado encima de tan lujosa carrocería; sin embargo, tendría que cambiar sus neumáticos porque el dibujo ya no estaba.
-Oye, ¿no crees que esa pareja es algo mayor para llevar un pequeño?.
-¿Qué dices?.
-Ahí, frente a nosotros.
-Mujer, pero si el carrito lo que lleva es un bulto. Seguro que él está peor que yo y al menos puede ayudarse de esa manera; no ves que lleva su brazo encogido. Además, no podría llevarlo nunca, ¿no lo comprendes?.
-Creo que tienes razón, será que observé lo que no tendré jamás en mis manos. Fíjate que no vemos a ninguno por ahí correteando.
-Te lo acabo de contar, es casi imposible. Como sabes, fue a nivel general y no es bueno que estés a cada momento con lo mismo, ya lo hemos hablado y me da coraje insistir.
La fuente salpicaba el suelo que iba mojándose con un ritmo constante y algunas gotas saltaban sin rumbo dejándose caer con prisa para formar un círculo cada vez más oscuro. No hacía frío, pero la humedad y el viento tocaban los huesos de aquellas personas que no miraban a ninguna parte mientras caminaban buscando llegar pronto. Muchos no esperarían y otros, seguramente, volver les costaría un mayor trabajo. Terminarían quedándose pues al menos, de algún modo, estarían próximos.
-¿Tienes frío?.
-No, mi mente sólo está puesta en alcanzar la avenida y esperar nuestro turno. ¿por qué me lo preguntas?.
-Es que yo sí lo noto; será que tengo el cuerpo algo fastidiado. Comí muy rápido y la digestión habrá sido lenta; ya conoces los problemas de mi estómago.
-¿Paramos un momento?.
-No querida, tampoco deseo que se nos haga de noche, después, todo es más complicado.
Apretó su bufanda al tiempo que entrecruzaba los dedos para encajarse unos guantes bastante usados.
Banco del Progreso. Deposite Aquí sus Esperanzas. Podrá hacer mejor las Visitas y no tendrá que esperar largas Colas. Con la Seguridad de su Crédito lo Vivirá Plácidamente.
El viejo, tras leer el cartel, había tropezado con la madera que apuntalaba la pared de una casa en ruinas que tenía dos ventanas y un pequeño balcón. La pintura y parte del cemento dibujaban grietas por la fachada que parecía estar inclinada.
El hombre, bastante mayor, se dejaba llevar por la propia inercia y ritmo que había alcanzado en su corto andar, pero de todas maneras, no pudo evitar el tropiezo porque, seguramente, calculó mal la distancia.
Tenía junto a él a otros dos que le preguntaron algo; él, desde el suelo, moviendo los brazos, pedía que le ayudaran a levantarse.
-¿Has visto, parece que no le entienden?.
-La gente es curiosa, pero sólo eso. Dudo que alguien le ayude.
-¿Cruzamos?.
-No, cariño, es una pena, pero debemos seguir por aquí; fue el camino que iniciamos y no podemos desviarnos. Pensarán que si no lo consigue habrá uno menos en la espera.
-Es terrible, todos se han vuelto fríos e insensibles.
Por fin divisaron el edificio, aún les quedaba otro poco, pero lo conocían con exactitud y adivinaron pronto sus jardines y las arboledas que rodeaban una extensión realmente amplia; también, la verja metálica que cubría todo el perímetro del recinto a excepción de un pequeño tramo, algo estrecho, donde comenzaba a tener final aquel peregrinaje; era la entrada que desde muy temprano acogía a unos huéspedes enfundados de muchos anhelos y no poco conformismo.
Dentro todo parecía ser perfecto; los pasillos, las habitaciones, los muebles. Cada cosa tenía su cometido y una función determinada.
La pareja, tras largas horas, fue conducida a un sitio concreto, previamente, al traspasar el segundo salón, habían dejado sus pertenencias; la caja y dos bolsas llenas de lo poco que todavía les quedaba. Era el ofrecimiento o pago por el tiempo y experiencia que iban a tener entre aquellos muros.
Tuvieron que aguardar hasta que se les indicó que dejaran sus ropas; después, cada uno quedó situado en dos cavidades que habían sido moldeadas en relieve; no estaban separados y por eso, ambos juntaron con fuerza sus manos antes de recibir un haz de luz del que salían unos rayos que bañaron por completo sus cuerpos.
Él, con su pelo tocado en canas cerró despacio los ojos; ella, cubría su larga melena en aquella especie de gorro plateado y fijaba su mirada esperando lo siguiente. Al poco, un rápido trámite de identificación consistente en comprobaciones de muestras de sangre y ADN fijadas en unas tarjetas que subieron de un lateral. Tras unos minutos, realizada ya la desinfección, fueron inyectados con dos miligramos de GHIM que les abriría las puertas como viaje a una fase superior a la vez que les servía como preparación psíquica y asentamiento interior. A partir de ahí, ya en trance, el tiempo quedó dormido en una estación donde el espacio hizo acto de presencia para llevarlos a un recinto en el que se vieron diferentes pues no tenían necesidad de respirar o, ni tan siquiera, de moverse; sólo de sentir.

Notaron su presencia de forma instantánea, como un suspiro que aparece cuando más se espera; ella, con su mente, lo tuvo cerca; acarició la piel tersa de sus mejillas y lo besó despacio estrechándolo en su pecho. Le transmitía alguna cosa mientras intentaba peinarle el pelo con sus propios dedos y dócil, se dejaba querer, pero seguía estando igual que cuando apareció, estático.
Él quiso percibirlo y tocándole el hombro le sonreía complaciente.
Ambos experimentaron un vestigio de paz que no pudieron medir, pero el reflejo de ese bienestar comenzaba a proyectarse en aquel ser que iba tomando vida a la vez que inundaban sus poros de la felicidad que recibía.
El tiempo, huérfano de movimientos, no les impedía absolutamente nada y por eso disfrutaron juntos hasta que, de forma súbita, se vieron de nuevo atrapados por el limitado presente.
-¿No crees que está más delgado?. A lo mejor no le alimentan en condiciones.
-Sí mujer, sí; no debes preocuparte. Lo mismo dijiste la vez anterior. Nos hemos vuelto a colocar en un lugar donde las imágenes reflejan lo que ya vivimos con nuestro hijo. Te da miedo avanzar porque conoces el desenlace y al quedar seducida, con tu propia fuerza, atrapas mi voluntad. Siempre haces igual.
-Está tan guapo. ¿Qué murmurabas en voz baja?.
-Nada cariño, nada. Todo saldrá bien.

autor Fermosell m.s.

Perfume

Decir veintidós era hablar de dos veces once, un número mágico que había marcado tantas coincidencias en sus vidas recientes y que representaban la misma cantidad de días transcurridos en lo que iba del primer mes de un año que presagiaba, ante todo, distancia.
Cuando pudiese leer aquellas palabras estaría inmersa en el frío mes de febrero y a lo mejor hubiese comenzado a ver los copos de nieve que todos los inviernos la visitaban para que recordase su infancia y aquel regusto especial que le hacía sentirse bien. Los mismos quizá que le estaban vetados a él por vivir en un lugar donde la temperatura agradable era casi una norma y ese fenómeno atmosférico, a veces tan bello, nunca asomaba.
Un seco timbrazo del portero electrónico cortó de forma fulminante el, supuestamente, placentero sueño. Haciendo un leve esfuerzo observó que eran las once, y, aun sin encontrar otras tantas razones para levantarse y comprobar quién era, siguió acostado volviendo su cuerpo sobre el lado izquierdo e intentando dormir de nuevo.
Luego, ya de noche, tras acabar el trabajo, se marchó con unos amigos al bar de costumbre para tomarse algunas copas y quemar, en cierto sentido, unas horas que parecían sobrar en su particular proporción del día.
Fue a casa y abrió el buzón; allí estaba y antes de tomarlo entre sus manos, el olor había envuelto por completo el pequeño habitáculo para poner, sin darse cuenta, en movimiento las hebras del recuerdo que brotaron con rapidez. Pensó que parecía mentira el que diminutas partículas impregnadas sobre el papel tuviesen el poder de impulsar y traer unos pensamientos que descansaban tranquilos en algún lugar de su cerebro y agrupados en tan escaso espacio guardasen tanto. Pero ocurrió así; un dispositivo automático los desplegó en un instante y fueron visionados los cortos, pero intensos recuerdos de aquellos días previos a fin de año.
Al momento comprendió que en la mañana, a esa hora tan diurna para su costumbre, el que había tocado el timbre con insistencia no era otro que el sufrido funcionario de correos, cuya obligación y profesionalidad eran entregarle en mano aquel perfumado obsequio, pero ante la imposibilidad real de hacerlo, optó por depositarlo; traía su carta.
Anteriormente, como si de una anticipación se tratase, esa misma tarde había podido escuchar su voz cuya diferencia con la primera vez que lo hizo no fue otra que ella misma pues ahora el sonido articulado iba unido a una persona en forma y dimensión. Al principio sólo la escuchaba intentando imaginar su dueña; le daba hechura y simetría, pero de todos modos, cuando entró en el restaurante aquella soleada mañana y pudo verla, supo desde su interior que la mujer sentada enfrente era la propietaria de ese acento dulce.
Se inclinó en el sofá para hacerse sitio entre los periódicos, pero el olor tan peculiar fue inundando todos sus sentidos y le obligaron a verla de nuevo cuando trasteaba el equipo de música y apareció con las manos juntas, los ojos muy despiertos, el pantalón ancho y una camiseta floja que le había prestado diciendo de una manera asombrada que había hecho algo terrible. Él la miró con sorpresa dudando de lo que decía, pero se fijó rápido mientras sonreía puesto que lo horrible era el no haber podido evitar que se derramase sobre el cuarto de baño su particular esencia que cubrió durante días la casa con un perfume especial hasta que lo físico dejó de existir y quedó grabado el resto en la memoria. Aún guardaba el frasco transparente cuyas palabras no entendía, pero sí su contenido al que estaba sujeto.
Ella seguiría diferente porque sólo ese aroma podía unirlos aunque no se tocasen pues la identificaba igual. Además, tenía el sobre bastante cerca y el perfume hacía realidad una apariencia gracias a su fantasía mientras escuchaba su cinta de música favorita.
Se sentía bien y no pudo encontrar, aun buscándola, una razón lógica para estar de un modo distinto. Era como un bello embrujo sin remisión que le hacía atesorar la felicidad en las cosas pequeñas, aquellas en las que por su aspecto no obligan a casi nada, sólo a ser uno mismo y a disfrutar de ese momento en el que no hay futuro más allá de lo que representa.
Aquel encuentro había sido como una aventura, pero solamente en la forma de producirse cada uno de los hechos posteriores. Todo tuvo la evidencia de una bonita historia en la que quizá hubiese faltado mayor juego dentro de la misma, pero el tiempo suele ser sabio e hizo que durase lo justo para no morir jamás. Serían como fotografías animadas y en color que podrían visionar cada vez que desearan.
Recordó la experiencia del teléfono donde le demostró que era posible estar juntos a pesar de no verse porque la presencia como tal no les obliga más que a limitarse entre ambos determinando finales o bloqueos en cada acción, pero de esa manera podían disfrutar cuanto quisieran apoyándose en términos como la voz, el olor y el pensamiento; bañado en su totalidad por una imaginación siempre nueva donde sus manos fueron las suyas y los labios viajaron para posarse allí donde querían.
Su mente, la de ella, era lo único que poseía como llave para todo lo demás. Lo decía alguien que sabía leer en los ojos y que siempre la tendría en ellos.
Al poco, después de unos tragos de cerveza, se había quitado los zapatos arrojándolos sin cuidado. Uno de ellos dio en la pantalla del televisor, el otro no estaba demasiado apartado; lo observó unos segundos y descansó su cuello viendo, por el gesto, que la lámpara todavía tenía fundidas dos bombillas. Luego se felicitó porque ella no estaba tan lejos.

autor Fermosell m.s.

Dónde

Has nacido tantas veces sin saberlo que ya no recuerdas si fuiste primero sólo un deseo o has sido antes que ser esperando ahí donde no sabías si estabas, o si tendrás que nacer de nuevo para sentir por ello que te adelantas al pensarlo ahora con presagios que merodean dentro del caos donde se mueve todo evento. Pero quizá seas el sueño irreal de un pasado que se ejercita fuera de su cuerpo buscando acomodo mientras aguarda en el vacío y se pregunta, quién soy si miro lo que no puede verse, por qué dudo si decido tener otra apariencia en un lugar regido por diferente espacio.
Si no aprendo, para qué existo, y si no recuerdo, de qué sirve volver a lo que no has tenido porque nunca se produjo.
Has de evocar lo anterior para saber que llegas allí donde no te has ido aunque creas estar cerca o dejes de encontrarte.
La materia no es la voz que guía los impulsos pues si miras tu destino verás que esclavo te debes a él ya que aun cambiando lo que piensas no vendrá otro cubriéndose éste del mismo principio.
Serás la vigilia de alguien que no ha nacido y sólo presiente su alma que desea elegir morada; o que temerosa se echa atrás para no sentir en una nueva ocasión.
Por eso afirmo que te has marchado otras muchas y ese cuerpo cansado apenas si lleva huellas de lo poco vivido, y que siendo tan joven, la memoria no guarda su existencia; tan sólo un poco de la primera infancia.
Entonces digo, a dónde vas; qué me espera si ya no recordaremos.

autor Fermosell m.s.

Placentero

Estaba acostumbrado a la incomodidad porque su espalda, desarrollada por el trabajo incansable de todos los días, podía apoyarse donde fuese gracias a la corpulencia que tenía y por eso no le importó demasiado dormir allí; lo había hecho en tantas ocasiones que ya le resultaba algo habitual, era su cama; además, el sólo hecho de poder contemplarla estando juntos, sabiendo que le unía un sentimiento único le hacía sentirse pleno, seguro de sus intenciones.
Había dibujado tantas veces su cuerpo que lo conocía palmo a palmo. Mirar sus formas era lo que le gustaba y más aún cuando se acercaba para notarla y escuchar su palpitación.
Ella parecía tener la misma constancia sintiendo algo parecido porque lo conocía y estaba acostumbrada al calor de sus grandes manos con dedos firmes y fuertes que la estrechaban sin hacerle daño, a sus gestos acompasados y a las expresiones de una voz grave que con dulces palabras marcaba rítmicamente sus movimientos. Por todo ello notaba que la felicidad salía despedida de cada poro erizado de su piel haciendo que sus gemidos estuviesen cargados de puro deleite. Sentía un verdadero éxtasis cuando se ponía detrás y aproximaba sus brazos para tomarla haciendo que todo aquello, mientras duraba, fuese realmente placentero.
Él lo percibía sobradamente porque era un hombre curtido por la propia experiencia de tantos años que le habían dotado de un tacto y un cuidado especial..
Entre los dos, el contacto se había producido muchas veces y ambos sabían que todos, desde un principio, fueron fructíferos acabando plenamente satisfechos; ahora volvía a repetirse dicho goce cuando ella notó que sus pezones estaban siendo apretados con fuerza mientras él le daba ánimos. Una vez, otra, una más y ya estaba. Se incorporó estirando su cuerpo antes de coger el cubo. Como siempre, ella había hecho lo que debía, pero fue gracias al saber y al cariño de su dueño que la quería como si estuviesen enlazados.
Se arregló un poco y encaminó sus pasos dirigiéndose al mercado para vender el blanco y rico elemento; la leche de Elisa, su preciosa vaca.

autor Fermosell m.s.

Ilusionados

El deseo y la intranquilidad hacen que la travesía sea corta. Los neumáticos dejan atrás un asfalto poco cuidado en algunos tramos y aunque la carretera es buena, hay veces que la amortiguación sale a relucir con demasiada frecuencia.
Las ganas de llegar son enormes y al rato aparece un pequeño pueblo, luego, más abajo, se divisa la venta del Molinillo.
En un lateral, subiendo unos metros se ven dos chabolas, junto a ellas, diversos corrales; por encima, revoloteando, algunas palomas se mueven calmosas. A un lado, en la parte izquierda, una choza con revestimiento de uralita no muy grande hace que el denso calor aumente por el rebote y despida una sensación de asfixia en esos días turbios, plomizos.
En la entrada, dos cojines han adquirido una forma achatada a fuerza de soportar las rodillas de muchas personas que por allí pasaron.
Dentro, la oscuridad se ausenta para dejar una claridad a medias. Tres mujeres cuidan continuamente de él. Es un hombre débil, de unos cuarenta años, frágil y con apariencia de perpetuo trance. Su mirada es mística, apagada, apenas si se oye cuando habla. Su cabeza está cubierta por una boina que le deja libre el cogote y algo de pelo. Sentado sobre el suelo, erguido el tronco, dos mantas le cubren, y en ocasiones, el equilibrio parece que le faltara y fuese a caer sobre uno de sus lados.
La gente aguarda su turno manteniendo una actitud entre nerviosa y esperanzada. No tienen prisa, todos aparentan ser normales; cada uno protege su secreto y sueña en silencio siendo cómplice para desprenderse de su dolencia.
Las mujeres, bien adiestradas en su labor, están pendientes. Una detrás, sostiene un viejo aparato de radio del que emana música santa y alegórica. Otra, justo a la entrada, controla cualquier movimiento titubeante del quebradizo personaje, ambas están sentadas. La tercera, de pie, transcribe lo que él, en voz baja, le dice al oído al tiempo que impone sus manos allí donde está el mal. Después, sus consejos se llevarán para ser cumplidos y atesorar una fe inmensa.
Estas dos cosas más el pensamiento del maestro harán que ellos, siempre ilusionados, hallen el remedio.

autor Fermosell m.s.

Locura

Persona cuerda entre tantos locos, quiero explicarte lo que hacen los cuerdos en este loco mundo donde lo malo es malo y lo bueno también es peor.
Es a ti, loco entre los cuerdos, pero más cuerdo que los propios locos a quien he de contar mi existencia que es más loca que la tuya porque aquí, entre tantos locos que se hacen llamar cuerdos, cada día muere gente por cosas locas que hacen los cuerdos creyendo que son normales.
Es una locura cuerda porque los cuerdos hacen cosas de locos pensando que están bien hechas, y los locos, imitan a los cuerdos aunque solo sea en el nombre haciendo cosas cuerdas para los propios locos, pero locas para los cuerdos.
Te diré que en ese loco, pero cuerdo mundo donde vives, las cosas son distintas, mejor; así, yo haré eso, una cuerda locura
y trataré de ser más cuerdo entre tantos locos que se creen cuerdos.

autor Fermosell m.s.

Soñador

El sitio estaba a oscuras, era grande, pero la carencia de luz me impedía distinguirlo. Reaccioné con una defensa rápida aunque mi enemigo tenía mayor corpulencia y comprendí que no podía luchar con él cuerpo a cuerpo en una pelea convencional, debería utilizar los conocimientos en artes marciales adquiridos recientemente.
Aproveché su envergadura y sin verle demasiado bien, le agarré por una pierna y lo volteé cayendo sobre su torso. Era el momento para salir corriendo y librarme de aquel asedio. Lo hice mirando de un lado a otro para evitar sorpresas.
Al poco rato, noté que alguien me seguía y en un alarde de reflejos, movido por el propio instinto, mi cuerpo se dobló en dos desviando aquel rayo amenazante. Continué la marcha y no paré hasta transcurridos varios minutos. Después, logré buscar refugio en aquellas rocas.
El ritmo cardíaco intentaba sobreponerse a todo aquello mientras las piernas se alegraban por el descanso. Pensé que había logrado despistarlo, pero entonces, pude oír un murmullo que puso otra vez en tensión mi cuerpo que estaba preparado para esos casos gracias a un metódico entrenamiento.
Nuevamente y casi sin avisar a mis miembros, di un salto y emprendí una veloz carrera. Luego, y sin poder evitarlo, una descarga atravesó la espalda. Caí desplomado al suelo, era el final porque las fuerzas empezaban a abandonarme, pero en ese preciso momento y cuando peor lo tenía, un amable señor, joven y con gafas, me recordó que era mi turno para entrar en la consulta.

autor Fermosell m.s.

Alarmados

Todos esperaban sumidos en medio de una expectación que se hacía insoportable. La atmósfera estaba muy cargada y era difícil lograr alguna bocanada de aire limpio que les diese algo de transparencia a unos pensamientos torpes y acompasados.
La agonía se multiplicaba a cada minuto porque suponían el desenlace de unos días que pasaban lentamente dándose lugar a una pesada eternidad que se cernía sobre sus cabezas sin otro remedio.
La tensión hacía presa en aquellos cuerpos asustados dándoles unos movimientos deambulantes. Ya nada se podía hacer.
Por las calles apenas si había gente todavía, muchos no lo creían porque aquello había sido algo insólito, imposible.
Pero los demás, temerosos más que esperanzados, se comportaban como autómatas mirándose con cierta incredulidad. Otros pensaban, pero no, la impotencia de saberse inútiles, desprovistos de una razón lógica que pudiera cambiar aquella circunstancia que estaba próxima, les aletargaba.
El vaticinio dado era impermutable, la fecha y hora estaba fríamente marcada. Las apuestas, claras. Quizá demasiado descartando el sueño de todo un país, aquel que se había clasificado para disputar la final del campeonato por primera vez en su larga historia.

autor Fermosell m.s.

Súbito

De súbito, un escalofrío hiela sus húmedas carnes. Piensa un instante temeroso. Tras del tiempo, vuelve a poner su blanca y fina mano en el pecho, se hace un silencio. Contiene la respiración y, de nuevo, un sobresalto inunda su cuerpo, le hace temblar como una hoja perdida.La duda le ahoga, no consigue respirar, los ojos desorbitados parecen querer salir. La angustia le castiga de un modo infame apretando su mente mientras la desesperación es total.
La palma de la mano derecha descansa sobre el lado derecho de su pecho, no oye el corazón, presiente que ha dejado de latir. Muere asustado.

autor Fermosell m.s.

Niño

Recordaba ese momento como si fuese ahora mismo. Era de día y el sol rayaba con fuerza cubriendo un cielo pintado por completo de color celeste; no había nubes con las que poder protegerse de aquel brillo tan intenso y a veces el sofoco subía con intensidad por entre la ropa que, además de oscura, le cubría por entero. Era un sudor que discurría por la espalda deslizándose muy despacio cubriendo también su cara y cuello de un modo que parecía fijar la camisa a la piel; la notaba empapada, pero todo eso carecía de importancia quedando minimizada cualquier molestia cuando dirigió sus pasos hacia donde se encontraba.
De rubios cabellos y unos ojos claros que desbordaban una ingenuidad clamorosa le preguntó con aquella inocencia infantil carente de absoluta maldad.
-¿Tú tamién vene a jugá a paque?
Sí, le contestó con dulzura para que sus oídos no tuviesen ningún reflejo distorsionado. Vengo, más que a jugar, a veros cómo os movéis y fijarme en la manera tan armoniosa que utilizáis en cualquier movimiento o gesto por vuestra parte para que todo parezca algo tan delicado y sutil; es igual que una danza melodiosa que aunque anárquica termina de forma perfecta porque no buscáis nada más que la diversión lúdica sin que el daño no sea más que el físico que cura con rapidez. Tengo mucha fe en vosotros y sé con certeza que nos sacaréis de la angustia y desgracia actual donde todo es malo porque la gente ya no se mira como antes, sólo desean engañarse o, incluso, eliminarse de manera drástica.
-Eso que dice, ¿qué sinifica?
Volvió a preguntar de nuevo con una exclamación de asombro y de no saber bien lo que decía aquel hombre.
-Nada hijo mío, nada. Sois el futuro y en él he puesto todas mis esperanzas para que el presente de entonces, el vuestro, sea más hermoso y todos podamos volver a reír.
-Mira, yo teno uno caramelo y tú no.
Dijo expresivo pareciendo que su mirada no comprendiese aquella circunstancia.
-Es verdad, contestó con cierta alegría, no tengo y por eso voy a comprarlos ahora mismo. Vuelvo enseguida.
Los adquirió de diversos colores y sabor deseando dárselos para contemplar el disfrute del pequeño, pero al volver no lo encontró ni tampoco a su cartera marrón de cuero fino que le había dejado ver para mostrarle cómo era su hijo, aquel que siendo igualmente un niño le había abandonado para irse a un lugar más denso y tranquilo, colmado de paz. Pensó unos instantes observando las chucherías en sus manos, después, pudo comprender que se había quedado sin el niño y sin la cartera, sólo con aquellas golosinas que, lógicamente, regaló a otro niño.

autor Fermosell m.s.

Yace

Ahí tumbado yace, está solo entre tantas cosas carente de cualquier movimiento, sin poder hacer nada. Toda su vida la dedicó a servir a los demás, era un esclavo y no supo vivir de otra manera. Tampoco podía porque estaba, por completo, supeditado a la voluntad de otros, los que le dirigían.
Desde aquel día gris en que comenzó su andadura, siempre estuvo por debajo, era inferior. Sabía que su corta existencia estaría dedicada a crear de manera casi inagotable, pero ese trabajo agotador de cada jornada le haría perecer sin remedio. Nadie le echaría de menos a pesar de haber cumplido a la perfección con su cometido.
Sólo su indirecto asesino lo contemplaba en posición horizontal sin asomo de vida, sin resquicio de esperanza a pesar de que su mirada encerraba cierta pena. Para él, todo había acabado, sólo quedaba el que ese hombre, eterno escritor que devoraba tinta, comprase otro bolígrafo.

autor Fermosell m.s.

Hablaba

Hablaba y se expresaba con ahínco. Su modo de relatar aquellos hechos le hacían tener una importancia sublime. Trataba de contar sus problemas y desdichas; la muerte inesperada y trágica de un ser querido. Refirió la pena de no poder hacer nada. La infinita ansiedad de preguntarse un por qué sin hallar siquiera una compasiva respuesta a sus desgracias. Lo decía todo sin dar tiempo a un deseado descanso que hiciese reposar a un pensamiento golpeado con desprecio.
Más se afligía cuanto mayor eran sus ganas por referir lo que le pasaba. Así, desde un comienzo que no pude medir con certeza, siguió hasta otro que fue muy amplio, continuado por unas palabras que salían disparadas, sin pausa.
De nuevo expresó su pena. Ahora cambió de persona, también lo perdía aunque de manera distinta. Era igualmente trágica, como si deseara que al ser más digna de un lamento me conmoviese. Lo hice a duras penas, no encontraba respuesta lógica a lo que ocurría, era todo como un sueño, casi no podía creerlo. Sabía que al no escucharlo podría desahogarse sin tener constancia de mi presencia, pero en nada le serviría porque continuaba con lo mismo, era como si el relato durase siempre, como el reflejo amargo de una vida que lo golpease continuamente.
En una ocasión, logró hacer que de mis ojos brotasen unas lágrimas por la compasión que sentía de un ser al que ni siquiera conocía. No pude contenerlas, brotaron solas, me había transmitido unos sentimientos que ya tenía, aunque estaban dormidos en un lugar donde a veces reprimimos las emociones, las que nos vienen impuestas desde un principio.
Le miraba, pero no podía hacer otra cosa que observarlo y compartir unos deseos amargos a los que no estuve invitado en ningún momento, o quizás sí, porque yo mismo, con mi presencia, me hice notar.
Luego pensé que realmente nadie puede enterarse bien de algo que está a medio empezar. Lo mismo que de aquella telenovela que sintonicé al cambiar de canal.

autor Fermosell m.s.

Amigas

La noche estaba echada, el cielo, encapotado, dejaba ver alguna que otra estrella lejana; había poco tránsito.
Apenas sin verse, se saludaron amistosamente después de dar verdaderos síntomas de alegría.
-Qué haces por aquí tan tarde, le preguntó la primera, no está la noche para pasear.
-Salí a tomar un poco el fresco, le dijo la otra como queriéndole decir que el frío y aquella suave brisa no eran problema alguno.
-Y tú, ¿a dónde vas?, continuó preguntando la misma de manera cordial.
-A por comida, no tengo nada en casa y ya sabes que mis chicos están creciendo, comen a todas horas. Terminó de contar la primera justificando su salida.
-Es muy tarde. Poco vas a encontrar con esta oscuridad, si quieres, te puedo dar algo de mi despensa. Se ofreció gustosa la amiga. Mañana lo podrás intentar de nuevo. Dijo finalmente.
-No te preocupes, de todos modos, gracias por tu ofrecimiento. Deseo buscar y además, me sirve para estar en forma. Explicó complacida.
-¿Tanto trabajo te cuesta?, le preguntó con cierto asombro porque pensaba que ese era un lugar donde abundaban los alimentos.
-Pues sí, volvió a decir la primera, no te puedes imaginar lo complicado que es subsistir en este barrio, quizá en el tuyo todo sea más fácil. Aquí hay muchos intrusos que cuando menos lo esperas aparecen y te roban. He de actuar con cuidado porque nunca se sabe lo que puede ocurrir. Tú tienes ayuda puesto que tus hijos son ya mayores, yo estoy sola y los míos, al ser tan pequeños no pueden hacerlo, sólo devoran lo que les llevo. Es ley de vida, ya crecerán.
-Bueno, es tarde y no quiero entretenerte más, a ver si nos vemos. Dijo cortésmente la otra tras escucharla con atención.
Pues sí. Espero que en otra ocasión podamos charlar con más tiempo. Le contestó.
Rozándose con sus antenas, las dos hormigas se despidieron marchándose cada una por su lado en busca de aquella tan compleja y difícil supervivencia.

autor Fermosell m.s.

Pequeños

Son tan pequeños que se sienten ofendidos porque siempre trabajan los mayores ignorándoles en muchas ocasiones. Ellos piensan que están poco más que para hacer bulto, para ocupar un sitio que les pertenece, pero gratuitamente, porque no tienen que luchar por él. Creen, por lo tanto, que no sirven para nada, se sienten inútiles.
Empiezan el día como sus hermanos, los cuatro mayores no les dejan intervenir, los otros, en menos todavía porque recogen lo que no hacen aquellos.
Piensan, con razón, que no deberían existir ya que incluso a la hora del descanso también les impiden actuar. Ni siquiera en la comida son protagonistas para continuar con las obligaciones rutinarias que realmente no les pertenece.
Al terminar la jornada, se retiran aburridos, cabizbajos porque se repite lo mismo una y otra vez sabiendo que mañana todo será igual.
Lo único que les consuela es saber que al menos en sueños pueden ayudar y sentirse realizados, complacidos.
Saben que les ha tocado una amarga existencia debiéndose conformar con ser los dedos meñiques de ambas manos.

autor Fermosell m.s.

Engañado

Nada más llegar lo supo. El silencio del aquel sitio le decía que fue engañado y entonces refirió los hechos.
Quedó sorprendido y sin darse cuenta hablaron un tiempo largo. Las palabras que brotaban no eran más que el argumento de unas razones de algo; las que sin saberlo bien le habían obligado a estar allí esos minutos que pudieran no haber existido. Para sí mismo no era, aunque lo fuese, el responsable teniendo en cuenta la fijeza de lo argumentado.
Siguió expresándose para terminar diciendo que ese día le trajo mala suerte. Quizá no debería haber estado o tal vez no lo hizo porque su memoria dejó de guardar aquellos instantes.
Cansado, si fuerza interior para demostrarse, prefería acabar.
Le indujo a desistir permaneciendo juntos, sin hablar; nada más que saboreando brevemente esa compañía que le daba una cierta tranquilidad aunque su propia seguridad ya le había abandonado antes dejándolo solo; haciendo que tuviese miedo hasta de su pensamiento. El que no deja de inquietarnos.
Rompió el silencio para decirle que nunca supo los motivos. Los culpables de una acción que puede decidir lo posterior para quedar marcado. Empezaron de nuevo y esta vez le pidió perdón; lo hizo, quería estar tranquilo, Todo el tiempo estuvo ajeno y por más que quiso no llegó a comprender lo tratado porque no se veía dentro, no pertenecía a una vivencia a la que no estaba sujeto. Lo sabría.
Alzó la vista como implorando y después golpeó la puerta. Pronto, a un gesto suyo, le cogieron del brazo comenzando a caminar. Sería un paseo sin retorno, no volvería aun sabiendo que aquello no había existido, aunque con la falsedad de siempre, la que todos poseen, no supiera disfrazar su inocencia.

autor Fermosell m.s.

Navidad

Hoy es 25 de diciembre de 2176. Escribo cuando el reloj me dice con voz hermética, de un modo hueco, que son las once de la mañana y mis manos, ateridas, apenas si pueden sostener el papel sobre el que dejo estas palabras.
Los temblores se suceden de manera constante y no deja de nevar. Es una nieve gruesa, tiznada por el polvo que cae copiosamente.
El termómetro analógico, situado sobre la mesa, marca con los destellos amarillentos de una batería a la que le queda poco, 60 grados bajo cero.
Es imposible hacer nada porque el frío impide casi cualquier movimiento. Además de ser un obstáculo, tampoco nos deja pensar con cierta lucidez. Nuestros cuerpos buscan una reacción con un calor que no existe entre aquellas paredes porque todo ha dejado de funcionar. Hasta Keppir, nuestro robot, creado para soportar situaciones extremas, dejó de servirnos al ser alcanzado por una cornisa de acero desprendida.
Los que pudimos sobrevivir a la catástrofe, aun salvando suficientes provisiones, tenemos pocas esperanzas por este frío que aumenta de forma insistente haciendo que nuestras miradas sean el único lenguaje que utilicemos, sólo acompañados por el lacónico chirriar de unos dientes que se mueven apretados. El sonido insistente y sordo de un viento que filtra un seco temor, y el efecto producido por las enormes nubes de polvo que nos hacen vivir en una continua noche, serán demasiado para unas mentes, las nuestras, cansadas, que se ven cerca de la desesperación, alcanzadas por el desánimo, sumidas por la ausencia de ilusiones.
Hace unos días, la rutina y tranquilidad eran el escaparate donde se veían los integrantes de este planeta en el que cada cual buscaba la manera de pasar las vacaciones de navidad como todos los años. Con alegría para muchos y cierta nostalgia y tristeza para otros por ser unas fechas tan señaladas.
Estábamos aquí, en la base instalada en un lugar remoto para realizar experimentos científicos. Alejados de la civilización en el pequeño, pero suficiente, laboratorio donde investigamos, por simulación, cualquier vestigio de vida en circunstancias extremas. Quizá, como en la que nos encontramos ahora.
Fue entonces cuando comenzó lo que inevitablemente será el final. Los hielos, que en millones de toneladas eran almacenados en los Polos, debido al inmenso estallar y al calor producido, se fundieron con tal rapidez que miles de ciudades quedaron inundadas en poco tiempo.
La causa de todas aquellas desgracias había sido el que varias bombas nucleares, de manera irresponsable, estallasen a la vez produciendo el caos y destrucción posterior.
Sólo quedó a salvo el refugio donde nos hemos instalado, pero la disminución drástica de la temperatura y la formación de enormes capas de hielo, amenazan con destruirlo por la fuerte presión y el peso.
El efecto producido, aterrador al principio, trágico luego y devastador después, provocó que la gran nube formada por las explosiones dieran lugar a una capa sucia que envuelve por completo al planeta impidiendo que el sol siga dándonos destellos de vida, los de siempre.
A pesar de todas estas desgracias, sacando fuerzas de donde no las hay, intentaremos celebrar el día de la mejor manera posible.
Entre las provisiones hay un poco de turrón deshidratado, varias botellas de esencia de licor y algunas píldoras con extracto y sabor a pollo.
Lo celebraremos con el temor a que un nuevo deshielo nos entierre y el deseo de que en algún otro sistema solar que albergue vida, hayan captado lo ocurrido y puedan socorrernos.
El tiempo es nuestro aliado y enemigo a la vez porque por un lado, nos permite seguir vivos, pero por el contrario, comprendemos que las distancias estelares son tan abismales que es difícil que alguna forma inteligente pueda llegar en nuestro auxilio.

autor Fermosell m.s.

Imposible

Quiso el destino que al nacer lo hiciese lejos de donde vivo, pero uno, en realidad, lo puede hacer en cualquier sitio cuestionado siempre por el propio destino o el deseo de sus progenitores, mas indudablemente se es del lugar al que pertenecemos, y bastan algunas horas para sentirse inundado, invadido por el acre sabor de la nostalgia cuando por diversas circunstancias nos alejamos echando pronto de menos a nuestras gentes, las calles, nuestro particular mundo para comprender al final que correspondemos al universo social donde nos movemos, ya sea de nacimiento o de adopción, y ese entorno es el que marca nuestras vidas. Dicen, también, que encomendándose a las ánimas benditas ellas harán que despiertes a la hora indicada sin necesidad de utilizar el reloj. De todas maneras, lo normal es que las referidas anteriormente, por lógica humana, tendrán cosas de mayor interés que hacer y no ser meros despertadores haciéndole, además, una desleal competencia a los de marca.
Cabría esta introducción para decir que aun poniendo el ya mencionado objeto a las ocho y treinta, desperté con dos minutos de antelación, y no sé bien si fue debido a ellas o a la intranquilidad de saber que tendría que madrugar. El caso es que una hora después comprobaba el nivel del aceite en una gasolinera próxima iniciado ya el viaje.
El tiempo casi nunca desea cooperar y en esta ocasión no iba a ser menos, pues aun siendo 17 de junio no se aclara lo más mínimo. La verdad es que entre todos estamos haciendo que cada vez sea más extraño e inestable, y por ejemplo, en estas fechas, metidos prácticamente en verano, llevamos tres días seguidos con lluvia casi permanente, y en ocasiones, hasta con frío intenso; todo ello en plena Costa del Sol.
Hoy parecía que iba a cambiar. Un poco del astro rey y quietud atmosférica daban una aparente sensación de calma, pero ahí, justo antes de tomar la desviación y dejar la provincia, asomó un cielo grisáceo y cubierto de un color oscuro que no presagiaba nada bueno.
Circulando a 150 kilómetros por hora, las gruesas gotas chocaban con violencia en el cristal delantero formando un espeso velo que sólo desaparecía por segundos gracias al trabajo incansable del limpia parabrisas. El presagio se había hecho realidad, pero de todas maneras aquello duró poco para quedar en nada momentos después, ya que unos metros más abajo, el cielo se abrió de nuevo y algún rayo de sol pidió permiso para salir a escena. Serían, supongo, nubes extrañas.
Escribo ahora junto al instituto, en la marisquería de Emilio, muy conocida aquí, situada en la calle donde tantas tardes jugué antaño. Fueron seis hermosos años de mi vida, los más bonitos quizá en este populoso y querido barrio.
Y fue el destino, nuevamente, el que no dejó que llegara a estudiar allí. No tenía edad suficiente y debí repetir curso en el colegio, luego se produjo un traslado y no pude probar sus aulas, corretear por los pasillos, hacer amigos y conocer a unos profesores que ya existían, pero de los que nunca tuve ni tendré conocimiento.
En la mesa hay una caña de cerveza fresca, es la tercera, un papel extendido que da cobijo a un cuarto de sabrosos langostinos y una pequeña bolsa de colines, un rico pan tostado que solamente he visto en la capital andaluza.
Miré a la gente que bebía y consumía distraídamente. Quise reconocer a alguien; fue como volver atrás en el tiempo y ver que sólo mi deseo quería moverse. Todo estaba cambiado, hasta las gambas eran otras.
Al salir, unos metros más adelante, paré otra vez y tomé asiento en un velador del bar Entre Mares donde hice acopio de algo sólido. Después continué el paseo entrando en aquel gran parque. Sentí paz viendo jugar a los niños y contemplando picotear el suelo a aquellas confiadas palomas mientras buscaban afanosamente algo de comida. Fueron instantes de sosiego en los que el ánimo se tornó más dulce y sereno llenándose, al mismo tiempo, de energía positiva. Busqué mi localidad entre la multitud y a diferencia de la vez anterior, ahora, estaba cubierta. Así, pude guarecerme de las incesantes gotas que empezaban a caer poniendo en peligro, quizá, el espectáculo.
Hacia veinte años que no pisaba aquel suelo; la animación iba en aumento y ya, antes de entrar, las personas, reunidas en miles, pululaban festivas canturreando y haciendo sonar sus trompetas, tambores y tracas.
El ambiente era digno de contagio y hacia que en el interior comenzase a tomar cuerpo un afán desmedido de triunfo.
La fina lluvia desapareció sin que nadie tuviese certeza. No llegó a cuajar del todo y el campo, como una alfombra tapizada, ofrecía un aspecto maravilloso.
Los graderíos, totalmente llenos, despedían calor por todos lados, al igual que los colores que se dejaban ver, el verde y el blanco que simbolizan una eterna esperanza. Luego, comenzó la contienda. Palmas y aplausos, vítores, mucha presión y algo que sobresalía con diferencia, el empuje de una fiel afición que derrocha coraje y ahínco por todos los extremos y que está allí para levantar y animar de un modo único.
Al acabar, en la mente de aquellos seres, sin tiempo para el desánimo, quedó grabada una frase; será otro año, pero no les abandonará la ilusión, algo que llevan impreso.
El viaje de vuelta, como la mayoría de ellos, se hizo más corto porque realmente había poco que celebrar.

autor Fermosell m.s.

Límite

Oculto morador
de la ficción
que apartado
en cordilleras
de niebla
pides identidad
bajo gotas
de inesperado polvo,
sin huellas trazadas
viajas en la linde
de voraces horizontes
que bracean con afán,
perdido en el límite
de colores sabios
buscas despertar
inquieto para
escapar del oscuro
origen sometido,
con impulso tenaz
esbozas suplicante
el obsequio ansiado
de un principio
que pueda dar prueba
de tu existencia,
pero no has nacido
de bocas que muerden besos
velados en cicatrices,
tal vez cambies
cuando ya no estés
en lechos negros
aunque se escucharán
voces ahogadas
pues todavía
serás espacio

autor Fermosell m.s.

Denso

Deseoso en poseer
la imagen realizable
del tiempo transitorio
el resto se difumina
quemando los minutos
de la contradictoria
existencia,
pienso,
pero es vana quimera
de llanto interior
e inalcanzable espera
pues la razón de ser
para ambicionar lo ilógico
y desconocido
es tratar de hallar
lo que aún no ha sido
y morir viviendo
sin tenerlo,
después hallaré
el principio
de lo inmaterial,
de la calma y el sosiego,
la razón y el deleite,
será al dejar
la estancia de ahora,
de aquí,
con todo y de nadie,
cruzaré la barrera
de lo inimitable,
estaré en un lugar denso,
agradablemente seguro

autor Fermosell m.s.

Cordura

Flor que se aloja gustosa
de halagador encuentro,
usual moradora
que habitas
en el frente
de toda cordura
deduciendo
en la línea
de la ágil razón,
intenso quehacer
de sensatez,
heroica maestra
del hallazgo ideado
que cumplida
de cortés elegancia
se mueve impávida,
resuelta y fría
estableciendo autoritaria
en cualquier esbozo
hesitación

autor Fermosell m.s.

Mujer

Mujer,
mi alegría te pertenece
porque cada sol me recuerda
quién eres en aroma de plateada sangre,
también mi tristeza que asomará
cuando tu luz abandone mis ojos
para marchar a reunirte
con las sombras de negros cielos
que dejaron de estar unidos,
oiré cantar al lamento
sobre puntas de flores marchitas
que llenarán tu vacío sin lucha,
y a solas empezaré a sentir que te has ido
como si el temor
te hubiese dejado escondida
en un sumergido invierno,
callada,
tu pensamiento ya no será de miel
y andaré con sollozos vistiendo tu recuerdo
en el rocío inesperado de esas lágrimas
para ver que dormirás
murmurando algún nombre dulcemente
más allá donde verdes orillas
cubren arañadas noches,
y seré el más triste cuando sólo tenga
el adiós espeso que detenido
atrape la distancia
haciendo que tus palabras
se ausenten para contarme
que ya no estás,
abrazaré tu imagen líquida
con manos desesperadas
entre aguas y palomas
que desbordarán mi llanto
para pedir que la tierra se abra,
pero aún estaré triste
porque te habrás marchado

autor Fermosell m.s.

Destreza

Las manos atenazadas
en lagunas turbias
nada tienen
y todo poseen
de lo extraño
en trozos que asisten
de codicia
y rompen los hombros
carentes de lógica
llevando al ánimo
un desvío solapado
allá donde reina
lo singular,
dueño simple
de la realidad semejante
es sujeto que siente
sólo en la idea
usando destreza
para andar quieto,
sin coraje al manejar
el beneficio
de lo simbólico
y así elevar
su mente fértil

autor Fermosell m.s.

Suspiros

Cuántas veces
escuché tu nombre,
una más,
ese que aún no conozco
y dejo de saber,
el me dirá
que anda vistiendo
unos recuerdos
que están por venir
en horas que no han nacido
cargadas de oloroso ímpetu,
aquellas que buscarán
el consuelo
de una mirada frágil
mientras besan
los suspiros
que no llegaron
porque son volubles,
están distraídos,
pero luchan,
desean hacerse realidad

autor Fermosell m.s.

Vientre

Tus ojos
varados en el surco del azar
son espadas que afilan
el tinte quebrado
de oloroso hospedaje
para posarse dóciles,
trémulos en las avenidas ciertas
donde vuelven al principio
siempre llenos,
manantiales de gracia
que calman las ansias
arrinconadas y huérfanas,
pues al mirarlos
hallan el tesoro
envuelto en tu vientre
desdoblado e inquieto,
y esas lunas peinan
las horas de abrigo
sosteniendo alabanzas
en un cerco melodioso,
sortija blanca capaz de llevar
su ilusión fecunda
a través de cantos
que darán luz,
ellos, tus ojos,
harán temblar el ejemplo
de mis cercanías
para tildar de rosa
cualquier dilación
hasta verlos acariciar
el fruto de tu cristal,
inmersos en un brillo
luminoso estarán detenidos
para arropar de calor
la figura creada en imagen
que adornada,
se hará ser para delicia
de nuestras vidas

autor Fermosell m.s.

Hormigas

Desde antes
siempre hubo
alfombras de hormigas
buscando embelesadas
el vergel de tierras
que llevan sumergido
en sus propias retinas
con perfil de ropa nueva,
y atraviesan ninfas
en un continuo letargo,
pasan cerca
de ombligos estampados
de negro,
aquellos que palpitan
seguros en cuerpos
de corazas antiguas
por donde bocas
escritas con pestañas
de voz
presagian largas
lunas de triunfo

autor Fermosell m.s.

Madrugada

Se fue el día
sabedor
de su dificultad,
gritaba en alto
escuchando
la madrugada,
mirando a lo lejos,
comprometido
con su final
recorría el viento
perezoso
indagando el sendero
clarividente,
ensalzaba
con gloria
el efímero impulso
que rápido
dejaba paso
haciendo acopio
para mirarse de nuevo
sin dejar de marcharse

autor Fermosell m.s.

Giros

El día
con legítimo derroche
de grato equilibrio
muere declinando
su fuerza impetuosa,
las horas
con lenta agonía
de bóvedas en ascuas
son espacios
de inalcanzable fondo,
el minuto
estancado en su inhábil
calma de seca tenaza
se vuelve necio,
agotado en su entorno
como el segundo
que viene despacio
en puntos que estallan
tras pensar
que no pasa el tiempo
sino que es rehén
de sus propios giros

autor Fermosell m.s.

Obsevas

Dices que no
cuando me observas
y sí cuando no estoy,
pero tu mente
se ausenta para buscar
las líneas que acercan
tus sentimientos,
esos que están,
los que hallaron cobijo
en un corazón como el tuyo,
los que saltan
cada vez que sientes
la misma pregunta,
¿es real?,
me acerco cuando piensas,
me voy cuando dudas,
te puedo imaginar sin verte
te puedo querer sin tocarte
sólo deseo acariciar tu paz
con mis palabras,
reposas en paraísos celestes
que te traen de nuevo

autor Fermosell m.s.

Indeleble


Hacia dónde van las almas
acaso sentiremos de lleno
los injustos cielos
que atormentan la singular espera 
o seguiremos acompañados
de dulces infiernos sin llamas
que hieren los lamentos rotos
igual puedan alojarse
en lugares creados
por nuestras mentes,
pero quiénes han de ir
aquellos que perdieron
la creencia en si mismos
salvando sus propias vidas
carentes de todo
o los que musitaron despacio
pensando que no llegarían
sus días alejados de ellos,
ni cielo, ni infierno
ni dicha, ni suplicio,
nadie nos guiará
en un viaje incierto
ya que tampoco nadie se va jamás
sólo cambiaremos de aspecto
la esencia nos acompañará siempre
buscando nueva morada
porque el alma es indeleble


autor Fermosell m.s.
 Hacia dónde van las almas
acaso sentiremos de lleno
los injustos cielos
que atormentan la singular espera
o seguiremos acompañados
de dulces infiernos sin llamas
que hieren los lamentos rotos,
igual puedan alojarse
en lugares recónditos,
pero quiénes han de ir,
aquellos que perdieron
la creencia en si mismos
salvando sus propias vidas
carentes de todo
o los que musitaron despacio
pensando que no llegarían
sus días alejados de ellos,
nadie nos guiará
en un viaje incierto,
la esencia estará siempre
buscando nueva morada,
el alma es indeleble

autor Fermosell m.s.