De súbito, un escalofrío hiela sus húmedas carnes. Piensa un instante temeroso. Tras del tiempo, vuelve a poner su blanca y fina mano en el pecho, se hace un silencio. Contiene la respiración y, de nuevo, un sobresalto inunda su cuerpo, le hace temblar como una hoja perdida.
La palma de la mano derecha descansa sobre el lado derecho de su pecho, no oye el corazón, presiente que ha dejado de latir. Muere asustado.
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