Ilusionados

El deseo y la intranquilidad hacen que la travesía sea corta. Los neumáticos dejan atrás un asfalto poco cuidado en algunos tramos y aunque la carretera es buena, hay veces que la amortiguación sale a relucir con demasiada frecuencia.
Las ganas de llegar son enormes y al rato aparece un pequeño pueblo, luego, más abajo, se divisa la venta del Molinillo.
En un lateral, subiendo unos metros se ven dos chabolas, junto a ellas, diversos corrales; por encima, revoloteando, algunas palomas se mueven calmosas. A un lado, en la parte izquierda, una choza con revestimiento de uralita no muy grande hace que el denso calor aumente por el rebote y despida una sensación de asfixia en esos días turbios, plomizos.
En la entrada, dos cojines han adquirido una forma achatada a fuerza de soportar las rodillas de muchas personas que por allí pasaron.
Dentro, la oscuridad se ausenta para dejar una claridad a medias. Tres mujeres cuidan continuamente de él. Es un hombre débil, de unos cuarenta años, frágil y con apariencia de perpetuo trance. Su mirada es mística, apagada, apenas si se oye cuando habla. Su cabeza está cubierta por una boina que le deja libre el cogote y algo de pelo. Sentado sobre el suelo, erguido el tronco, dos mantas le cubren, y en ocasiones, el equilibrio parece que le faltara y fuese a caer sobre uno de sus lados.
La gente aguarda su turno manteniendo una actitud entre nerviosa y esperanzada. No tienen prisa, todos aparentan ser normales; cada uno protege su secreto y sueña en silencio siendo cómplice para desprenderse de su dolencia.
Las mujeres, bien adiestradas en su labor, están pendientes. Una detrás, sostiene un viejo aparato de radio del que emana música santa y alegórica. Otra, justo a la entrada, controla cualquier movimiento titubeante del quebradizo personaje, ambas están sentadas. La tercera, de pie, transcribe lo que él, en voz baja, le dice al oído al tiempo que impone sus manos allí donde está el mal. Después, sus consejos se llevarán para ser cumplidos y atesorar una fe inmensa.
Estas dos cosas más el pensamiento del maestro harán que ellos, siempre ilusionados, hallen el remedio.

autor Fermosell m.s.

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