Historias

Es de día. La gente camina distraída como siempre, mirando sin mirar, a penas sin fijarse demasiado.
Aquél hombre, tras estar toda la mañana de un lugar a otro, ausente de su propia realidad, decide
entrar en el cine. No observa el título, es igual, carece de importancia.
Lo oscuro de la sala no le permite ver, espera unos segundos y
se le acerca el acomodador que gentilmente lo sitúa en mitad del recinto.
Reina un silencio absoluto fijando sus ojos en la pantalla que ofrece la siguiente escena.
­
Elvira sir­
ve la comida escuchándose el fino sorbo al tomar la sopa. Ella presunta.
-¿Cómo te ha ido? Se refiere a Oscar,
uno de sus hijos, que sumiso, responde.
-Bien, no pue­
do quejarme, para ser la primera semana de trabajo la cosa no va mal.
Es el mayor; tuvo que dejar los estudios para po­
nerse a trabajar porque hacia falta el dinero. Tras un corto silencio, habló Iván, el más pequeño.
-
Estaba en clase. Era la segunda hora, nos tocaba matemáticas. Esperábamos al profesor que no llegaba, pero apareció una joven que impartía la asignatura de lenguaje en otra aula. Nos contó que venía en sustitución de nues­tro profesor. Era muy bonita; allí nadie tenía ganas de dar clase, entonces, nos relató una historia.
Un hombre paseaba junto a su perro por el campo.
Llegó a un lugar donde había una pequeña gruta. Entró con el animal en la cueva y la estuvo observando con cierta curiosidad durante un rato. Más tarde se dio cuenta de que el perro estaba inmóvil, tumbado; muerto. Lo sacó preguntándose la razón de aquel suceso, pero no halló nada lógico. Pasó el tiempo y el extraño acontecimiento fue de boca en boca alcanzando popularidad y el interés de varios investigadores que llegaron al lugar para hallar una respuesta. Los hombres de ciencia, tras un minucioso reconocimiento, determinaron la causa de todo. Por algún lugar de la cueva se filtraba un gas que resultó ser anhídrido carbónico que había formado una capa de medio metro posándose sobre el suelo. De ese modo, y al tener una altura superior, el gas invisible pasó desapercibido para el hombre, no así para su pobre mascota que murió asfixiada al respirarlo. La profesora dijo que con aquella exposición habíamos aprendido que el CO2 era irrespirable.
Rosi,
la hermana, terminó pronto de comer y fue a su habitación. Estaba preocupada e irrumpió en un a­bierto llanto. Mientras sus ojos de color verde iban llenándose de lágrimas, recordaba.
Estuvo con Luis, su prometido. Preparaban desde hacía tiempo la boda, pero había ocurrido algo. Le gustaba Daniel,
un chico que iba de vez en cuando a la oficina. No podía evitarlo y empezaba a sentirse enamorada. Notaba una sensación de plenitud cada vez que lo veía al tiempo que aumentaba su respiración. También quería a Luis, eran novios desde siempre. No podía romper con él, sería un golpe muy duro. Se sentía desgraciada. La noche anterior, armándose de valor, habló con Luis que con cara de perplejidad y asombro no pudo creerlo. Furioso e incontrolado la insultó llamándola de todo y amenazándola.
Rosi, continuaba llorando cuando en la habita
ción entró su madre que abrazándola trató de conso­larla. Le contó la manera de conocer a Joaquín, su marido.
Estaba en un baile de aquellos que se hacían todos
los domingos por la tarde en el gran patio a espaldas de la iglesia. La invitó a bailar. Ella, orgullosa y distraída, no atendió. Amable insistió de nuevo y salieron juntos. Su noviazgo fue largo. Al final, se casaron y un día, como otro cualquiera, Joaquín desapareció. No dejó ningún rastro. Nadie supo jamás de él.
La madre le decía a su hija que los hombres eran extraños. No comprendían la vida, pero ellas debían seguir viviendo. Rosi, limpiándose las lágrimas que resbalaban por su cara, finalmente se decidió. Buscaría a Daniel y ambos emprenderían una existencia juntos.

Al día siguiente, Luis no pudo soportar su angustiado presente e incapaz de vivir en soledad esperó a Daniel para dispararle varias veces antes de quitarse él mismo la vida.
Iván contaba a sus compañeros historias extrañas a la vez que Oscar se arreglaba la corbata antes de ir al trabajo. Rosi, ajena a todo lo ocurrido,
sale de casa esperanzada. Elvira continúa con las tareas del hogar y el pensamiento en otras muchas cosas.
La luz alumbra la sala. Aquél hombre es el único es
pectador que ha acudido a ver la película.
Despierta sudoroso. Mira el reloj de la mesilla que marca las cinco. Gira a su lado y allí está ella.
Va a la habitación de sus hijos. Oscar se ha dormido con un libro de medicina en sus manos. Iván tiene junto a su cama un pequeño laboratorio para hacer pruebas químicas. Abre la otra habitación y ve a Rosi. Duerme tranquilamente. Llega a la cocina, bebe un poco de agua y piensa sonriendo.
-Estoy en casa.

autor Fermosell m.s.

1 comentario:

Silvia_D dijo...

... y los sueños son... aunque a veces se conviertan en nuestros miedos.