La noche estaba echada, el cielo, encapotado, dejaba ver alguna que otra estrella lejana; había poco tránsito.
Apenas sin verse, se saludaron amistosamente después de dar verdaderos síntomas de alegría.
-Qué haces por aquí tan tarde, le preguntó la primera, no está la noche para pasear.
-Salí a tomar un poco el fresco, le dijo la otra como queriéndole decir que el frío y aquella suave brisa no eran problema alguno.
-Y tú, ¿a dónde vas?, continuó preguntando la misma de manera cordial.
-A por comida, no tengo nada en casa y ya sabes que mis chicos están creciendo, comen a todas horas. Terminó de contar la primera justificando su salida.
-Es muy tarde. Poco vas a encontrar con esta oscuridad, si quieres, te puedo dar algo de mi despensa. Se ofreció gustosa la amiga. Mañana lo podrás intentar de nuevo. Dijo finalmente.
-No te preocupes, de todos modos, gracias por tu ofrecimiento. Deseo buscar y además, me sirve para estar en forma. Explicó complacida.
-¿Tanto trabajo te cuesta?, le preguntó con cierto asombro porque pensaba que ese era un lugar donde abundaban los alimentos.
-Pues sí, volvió a decir la primera, no te puedes imaginar lo complicado que es subsistir en este barrio, quizá en el tuyo todo sea más fácil. Aquí hay muchos intrusos que cuando menos lo esperas aparecen y te roban. He de actuar con cuidado porque nunca se sabe lo que puede ocurrir. Tú tienes ayuda puesto que tus hijos son ya mayores, yo estoy sola y los míos, al ser tan pequeños no pueden hacerlo, sólo devoran lo que les llevo. Es ley de vida, ya crecerán.
-Bueno, es tarde y no quiero entretenerte más, a ver si nos vemos. Dijo cortésmente la otra tras escucharla con atención.
Pues sí. Espero que en otra ocasión podamos charlar con más tiempo. Le contestó.
Rozándose con sus antenas, las dos hormigas se despidieron marchándose cada una por su lado en busca de aquella tan compleja y difícil supervivencia.
autor Fermosell m.s.
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