Estaba acostumbrado a la incomodidad porque su espalda, desarrollada por el trabajo incansable de todos los días, podía apoyarse donde fuese gracias a la corpulencia que tenía y por eso no le importó demasiado dormir allí; lo había hecho en tantas ocasiones que ya le resultaba algo habitual, era su cama; además, el sólo hecho de poder contemplarla estando juntos, sabiendo que le unía un sentimiento único le hacía sentirse pleno, seguro de sus intenciones.
Había dibujado tantas veces su cuerpo que lo conocía palmo a palmo. Mirar sus formas era lo que le gustaba y más aún cuando se acercaba para notarla y escuchar su palpitación.
Ella parecía tener la misma constancia sintiendo algo parecido porque lo conocía y estaba acostumbrada al calor de sus grandes manos con dedos firmes y fuertes que la estrechaban sin hacerle daño, a sus gestos acompasados y a las expresiones de una voz grave que con dulces palabras marcaba rítmicamente sus movimientos. Por todo ello notaba que la felicidad salía despedida de cada poro erizado de su piel haciendo que sus gemidos estuviesen cargados de puro deleite. Sentía un verdadero éxtasis cuando se ponía detrás y aproximaba sus brazos para tomarla haciendo que todo aquello, mientras duraba, fuese realmente placentero.
Él lo percibía sobradamente porque era un hombre curtido por la propia experiencia de tantos años que le habían dotado de un tacto y un cuidado especial..
Entre los dos, el contacto se había producido muchas veces y ambos sabían que todos, desde un principio, fueron fructíferos acabando plenamente satisfechos; ahora volvía a repetirse dicho goce cuando ella notó que sus pezones estaban siendo apretados con fuerza mientras él le daba ánimos. Una vez, otra, una más y ya estaba. Se incorporó estirando su cuerpo antes de coger el cubo. Como siempre, ella había hecho lo que debía, pero fue gracias al saber y al cariño de su dueño que la quería como si estuviesen enlazados.
Se arregló un poco y encaminó sus pasos dirigiéndose al mercado para vender el blanco y rico elemento; la leche de Elisa, su preciosa vaca.
autor Fermosell m.s.
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