Decisión

Ya de antemano, el color negro le daba una seriedad adquirida desde el principio; ofrecida en su contorno oscuro que cubría por completo la hechura otorgada y le inducía, con una prisa irreal, a ir por los largos pasillos de lo sombrío para errar eternamente allí donde no se sabe.
Mirándolo no había verdadera constancia de su utilidad por ser algo impersonal, duro; marcadamente sólido. Pero luego, más tarde, quizá en unión con lo oculto y manejado por algo superior, sabría acercar los caminos para conjurar, por un instante, cualquier soledad logrando que el alejamiento de ésta fuese el único vínculo entre él y los demás. Ese lazo que, de algún modo, servía de cordón umbilical entre el mundo y la propia decisión de apartarse.
El teléfono, pues, sonaba. Varias veces retumbó haciendo que su eco golpease con estruendo aquella habitación aproximadamente plana que escondía, bastante bien, su limitada forma de recortada luz; no demasiado grande donde el espacio era poco menos que la dimensión acordada en aquel ancho y, seguramente, por esa causa el bullicio aumentaba.
Las delgadas paredes parecían estar cerca del suelo, casi juntas, encadenadas para sentirse próximos; y los escasos muebles, opacos, algunos de manera puntiaguda, viéndolos desde diversos ángulos, por su aspecto, era como si se tocasen entre ellos para hablar susurrando; calladamente.
Sólo el enfoque de aquella visión distorsionaba el sosiego de una apariencia que fue relativa para dejar de serlo después, y, cuando ya no existía, se tuvo certeza de ello pasando a convertirse en evidencia más o menos clara de hechos casi definidos, la mayoría inacabados en el tiempo, estancados en reflejos, y que son causa, además, de todo lo que acontece desde ese momento dándose, pues, origen a una red de sucesiones que emergen despavoridas de un sitio supuesto; obrados no por el deseo o el convencimiento, sino inducidos por la propia certidumbre, oculta en lo invisible, siendo ello justificación suficiente, puramente exacta, para seguir desarrollando con esa continuidad desmesurada lo que pudiera ser, pero no es, determinado siempre por múltiples factores, es decir, aquellos que se conocen, pero se aceptan ignorar no de agrado porque impera la crudeza de lo irreflexivo, la dilación de cualquier improvisación errónea que conlleva las deliberaciones a tomar en cada palabra, gesto o hecho expresado, y que serán, en mayor modo, antagónicos en las resoluciones emanadas, omitiendo, también, la realidad que se antepone a lo acordado; suponiendo, con lógica, que está movida por la inercia de todo pensamiento, aquella que desembocará inexorablemente en lo concerniente de un final bien conocido por ser igual, aunque nunca especifique el propio fin, porque éste, se silencia cada vez, esquivando aconteceres para mostrar luego nada más que las continuaciones de toda experiencia vivida.
Con lentitud, como símbolo de sorpresa de todo lo hecho, la puerta comenzaba a abrirse. Junto a ella parecía estar; la movía, pero no era el empuje torpe y acompasado de su mano quien lo hacía pues la verificación de ello certificaba nada más que la acción en su provecho justificándolo de un modo incoherente por cuanto deseaba no negarse lo que parecía verdadero. Tampoco fue visto al traspasar la entrada que tenía poca claridad; se diría que, durante un soplo, sintieron algo; tal vez la sensación amarga de verse solos, abandonados en un hueco sin forma; pesadamente apartados de lo humano.
Se diría que giró atrás para verse inmóvil, sin dirección en la mirada; falto de un derecho legítimo que le fue quitado con absoluta destemplanza, como si hubiese hecho mal uso del mismo. No era él, o quizá sí. Lo imaginaba y esa sospecha estaba motivada por la información de esos impulsos anexos al deseo de representar un papel fiel dentro de las diferentes realidades que surten el conjunto de cada decisión tomada bajo elementos concretos, y donde el testigo y juez suele ser la misma persona para tener autenticidad de que lo cierto es la subjetividad de todo lo realizado, donde el compromiso de lo hecho, en ocasiones, está por encima del resultado impidiéndose, de tal manera, que desaparezca la agónica duda de la disparidad y la diversificación ahogando, entonces, todo presagio de seducción propia.
Oía voces lejanas que se agitaban y apenas si podían entenderse. Sus expresiones carecían de lógica para irse por resquicios llenos de fisuras; eran gritos de ayuda, de un auxilio buscado en balde porque el cansancio de quien lo necesitaba lo había cubierto de harapos y flotaban allí para marcharse luego en un aire cargado, extremadamente lleno de nada; atormentados por ese vacío que ni siquiera es respirable y agota todo esfuerzo.
Notó que el matiz rojo de aquel finísimo hilo le discurría largamente mientras buscaba llegar al suelo. Casi no era perceptible confundiéndose con un cordón cuyo filamento estuviese rígido; y no bien por el tacto o la vista, sentidos ambos que están siempre limitados por cualquiera de ellos. Algo le llevaba a tal creencia; tuvo fe de un poder insensible cuya ilusión marcaba el conocimiento de la realidad suprimida en ella, disfrazada de un modo engañoso. Mas todo engaño es real porque muestra la evidencia relativa de cada desenlace, y éste, puede ser dulce; poseer el encanto complaciente de su suerte.
Despacio, acompañado de un tiempo breve que le acariciaba, se fue separando para perderse sin trazas.

autor Fermosell m.s.

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