Lunes, 15 de enero de un año cualquiera. Viento fuerte, a veces, racheado. Muchas nubes y frío intenso. Imagen típica de invierno.
La tertulia matinal es seguida por todos los allí presentes mientras saborean el café y las tostadas en el bar de la esquina, justo a lado donde vive nuestro personaje.
Sale de su casa, situada en el ático de un estrecho edificio con paredes grisáceas. Mira al cielo y sonríe burlón. Siente fresco y decide ponerse el chaleco que lleva en sus manos.
Caen algunas gotas. Camina rápido y firme. Los cristales de sus gruesas gafas quedan empañados. Atisba el reloj plateado que se aprieta en su muñeca y para en la intersección de la esquina esperando el cambio de semáforo para continuar su marcha.
Llega pronto a su destino, levanta la cabeza, se fija un rato y lee el gran tablero de letras azules: "ALMACENES SÁNCHEZ S.A.".
Entra. De un sólo piso y bastante largo. Todo es blanco, las paredes, el techo, el suelo con algunas pintas amarillas y muchas estanterías, todas cubiertas por finas y claras sábanas.
Observa primero, mira las grandes dimensiones del local y divisa en el fondo a dos muchachas. Una rubia, la otra, morena, muy delgadas y de oscuro bronceado. Parece que hablaran.
Se acerca, dirige sus oblicuos ojos hacia la rubia, pero rápidamente y sin saber, cambia y decide hablar con la morena. Ella, se encuentra a su derecha quedando él entre las dos.
-Buenos días, quisiera una camisa. Dice en voz baja. Al decirlo, descubre una diminuta mosca que descansa sobre el hombro de la chica. Nuestro personaje, amable y cortés, quizá un tanto atrevido, intenta ahuyentar el insecto poniendo la mano sobre el delicado hombro de la estilizada mujer. La mosca, sin embargo, esquiva la mano y se posa en el vientre de la joven que sigue sin reaccionar. Él, a la vez que sonríe, pide perdón por el atrevimiento y baja su mano hasta la boca del estómago de la infortunada dependienta. Otra vez el insecto burla el golpecito y va a parar a la falda. El joven, sigue su camino y toca la tela, pero la mosca se libra posándose en la espalda.
Nuestro personaje, rodeando a la chica, busca al fastidioso insecto que decide instalarse en el trasero, de allí a las rodillas y de ahí, al zapato izquierdo.
Nervioso y preocupado, carente de conciencia lógica por aquellos actos, continúa su caza particular golpeando una y otra vez todo el cuerpo de la joven.
La mosca, siempre da esquinazo y busca nuevo refugio sorteando sin problemas los movimientos.
En una ocasión, el chico golpea con fuerza la cabeza de la inmutable y tranquila mujer. De repente, su cuerpo, partido por la mitad, cae al suelo secamente. En ese instante, nuestro personaje es invadido por un estremecedor escalofrío que recorre todo su ser.
Contempla aquella escena y piensa.
-¿Qué he hecho?
Con los ojos desorbitados, se vuelve y ve a la chica. La rubia no se mueve. Su cara refleja una acogedora sonrisa que le hace temblar aún más. Luego, como atrapado por aquellas miradas, la rubia, impasible, la morena con la cabeza en el suelo, dobla en sí para hallar la salida.
Cauteloso, mirando de un lado para otro y andando de espaldas, desea encontrar la puerta presintiendo oír alguna voz de desaprobación.
Al poco, sus manos tocan el frío y transparente cristal que precede a la calle. Le da la cara, lo abre meticuloso y gira de nuevo su cuello.
Todo es blanco, las paredes, el techo, el suelo con algunas pintas amarillas y muchas estanterías, todas cubiertas por finas y claras sábanas.
En la calle, está como inmovilizado, estático, no reacciona. Oye el potente claxon de un gran camión y comienza a correr sobresaltado, sin rumbo. Sigue corriendo ante la mirada de los anónimos transeúntes. Corre más y es entonces cuando recuerda un cartel que había a la entrada de los almacenes que decía, "CERRADO AL PUBLICO".
Olvidado
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