Sienes

Mirando al cielo evocas
el sabor del destino
en sienes de cabezas
invisibles y cortas
como el amanecer
con frío
de infancia húmeda
y años dormidos
al instante,
mirando al cielo ves
el asombro
de pinceladas lenguas
deslizarse
por las funestas vías
del meditado orgullo,
que llevado
en corrientes de aves
y vestido
con lámparas de misterio
danza bajo crisoles
adornados
de tenue alegría,
mirando al cielo buscas
el sitio
trazado sin fondo
por el que bellos labios
se inclinan sobre
cavernas de amapolas
y traen
la apacible calma

autor Fermosell m.s.

Eternidad

Su destierro cubre
un cuerpo apático
de miembros que arden
en confuso vuelo,
su dolor, de impura fatiga,
a espaldas
de un grave descenso
se pierde largo,
su sentimiento, de profundo
y sombrío fuego,
mora junto aquello
que estaba cerca,
su alejada soledad,
llevada en peregrinaje eterno
deshace sueños
para volver a sentirse sola,
su mente, desganada y rígida,
descansa en torpe recorrido
con rumores de helado viento,
queda oculto
hacia mantos de arena,
falseado y sin animo

autor Fermosell m.s.

Breve

Se desliza
aguda y limpia
hasta brotar nítida
llevando despacio
un surco de valor,
lenta cae
para derramar
venturosa
el descanso
de un ánimo esquivo,
se desprende
templada y evidente
creando
tras de sí
el clamor
de un espíritu
confortado,
vierte rota
su contenido
reuniendo brasas
furtivas de placidez,
sustancial,
clara y breve,
muere la lágrima

autor Fermosell m.s.

Pasajero

Gentil corona
que vocea
seducir de empeño
manteniendo
el supuesto cariño
de hermoso lustre,
pasajero abundante
de días repletos
apostados sin descanso
bajo ritmos medidos,
muestra tranquilo
el misterioso bosque
con los restos
de ilusiones huecas
nacidas bajo
repentinos impulsos,
inclina confiado su boca
para dar al viento
besos bailados
de piadoso relieve,
cerrados,
estrangulados
de un vacío oculto
elegido sin causa,
atrapados en el largo
tránsito que tiende
ahí donde la calma
es nada,
para clamar
sobre un ciego trueno
de falsa espera

autor Fermosell m.s.

Olvidado

Lunes, 15 de enero de un año cualquiera. Viento fuerte, a veces, racheado. Muchas nubes y frío intenso. Imagen típica de invierno.
La tertulia matinal es seguida por todos los allí presentes mientras saborean el café y las tostadas en el bar de la esquina, justo a lado donde vive nuestro personaje.
S
ale de su casa, situada en el ático de un estrecho edificio con paredes grisáceas. Mira al cielo y sonríe burlón. Siente fresco y decide ponerse el chaleco que lleva en sus manos.
Caen algunas gotas. Camina rápido y firme. Los cristales
de sus gruesas gafas quedan empañados. Atisba el reloj plateado que se aprieta en su muñeca y para en la intersección de la esquina esperando el cambio de semáforo para continuar su marcha.
Llega pronto a su destino, levanta la cabeza, se fija un rato y lee el gran
tablero de letras azules: "ALMACENES SÁNCHEZ S.A.".
Entra. De un sólo piso y bastante largo. Todo es
blanco, las paredes, el techo, el suelo con algunas pintas amarillas y muchas estanterías, todas cubiertas por finas y claras sábanas.
Observa primero, mira las grandes dimensiones del local y
divisa en el fondo a dos muchachas. Una rubia, la otra, morena, muy delgadas y de oscuro bronceado. Parece que hablaran.
Se acerca, dirige sus oblicuos ojos hacia la rubia,
pero rápidamente y sin saber, cambia y decide ha­blar con la morena. Ella, se encuentra a su derecha quedando él entre las dos.
-Buenos días, quisiera una camisa. Dice en voz baja.
Al decirlo, descubre una diminuta mosca que descan­sa sobre el hombro de la chica. Nuestro personaje, amable y cortés, quizá un tanto atrevido, intenta ahuyentar el insecto poniendo la mano sobre el de­licado hombro de la estilizada mujer. La mosca, sin embargo, esquiva la mano y se posa en el vientre de la joven que sigue sin reaccionar. Él, a la vez que sonríe, pide perdón por el atrevi­miento y baja su mano hasta la boca del estómago de la infortunada dependienta. Otra vez el insecto burla el golpecito y va a parar a la falda. El joven, sigue su camino y toca la tela, pero la mosca se li­bra posándose en la espalda.
Nuestro personaje
, rodeando a la chica, busca al fastidioso insecto que decide instalarse en el tra­sero, de allí a las rodillas y de ahí, al zapato izquierdo.
Nervioso
y preocupado, carente de conciencia lógica por aquellos actos, continúa su caza particular golpeando una y otra vez todo el cuerpo de la joven.
La
mosca, siempre da esquinazo y busca nuevo refugio sorteando sin problemas los movimientos.
En
una ocasión, el chico golpea con fuerza la cabeza de la inmutable y tranquila mujer. De repente, su cuerpo, partido por la mitad, cae al suelo secamente. En ese instante, nuestro personaje es invadido por un estremecedor escalofrío que re­corre todo su ser.
Contempla
aquella escena y piensa.
-¿Qué he hecho?

Con
los ojos desorbitados, se vuelve y ve a la chica. La rubia no se mueve. Su cara refleja una acogedora sonrisa que le hace temblar aún más. Luego, co­mo atrapado por aquellas miradas, la rubia, impasible, la morena con la cabeza en el suelo, do­bla en para hallar la salida.
Cauteloso,
mirando de un lado para otro y andando de espaldas, desea encontrar la puerta presintiendo oír alguna voz de desaprobación.
Al
poco, sus manos tocan el frío y transparente cristal que precede a la calle. Le da la cara, lo abre meticuloso y gira de nuevo su cuello.
Todo
es blanco, las paredes, el techo, el suelo con algunas pintas amarillas y muchas estanterías, todas cubiertas por finas y claras sábanas.
En
la calle, está como inmovilizado, estático, no reacciona. Oye el potente claxon de un gran camión y comienza a correr sobresaltado, sin rumbo. Sigue corriendo ante la mirada de los anónimos tran­seúntes. Corre más y es entonces cuando recuerda un cartel que había a la entrada de los almacenes que decía, "CERRADO AL PUBLICO".

autor Fermosell m.s.

Brillo

Somos los mismos,
apareces en la noche
a través del brillo
para viajar en la hipérbole
de lo ilícito,
te sostienes
con la insidia,
subsistes rastreando
lo liviano,
pero no me hallas
desde entonces
bajo temporales
que peinan
sus hilos
evocando un comienzo,
visionas el silencioso
balance,
deambulas errante
y te enojas,
descanso sobre
inquietos momentos

autor Fermosell m.s.

Descuido

Se que fui,
mas tampoco vine
alguna vez
si no estuve
a la hora de comer
cuando recé
antes de otorgar
un perdón
que no he visto
y quizá perdí
el concierto sordo
de cuerdas mudas
que colgaban
del miedo
arrastrando ideas
que no fueron
aunque iban
hacia el descuido
de lo incierto
mientras pensaba
la manera
de demostrar
que no todos los días
son iguales,
pero a lo mejor
equivoqué
el agua mineral

autor Fermosell m.s.

Llanto

Es gracia hallada
mover el llanto
de peregrinos instantes
donde la razón
queda agotada
por el amargo aire
de un dolor alto,
cruel,
siempre dispuesto
a forzar el principio
de una ilusión encontrada
sumerge la húmeda
doblez de su engaño
despreciando la causa
para llevar altivo
el recreo de su furia,
pero también lo es
del fugaz deleite,
roce de hermosos momentos
vividos en una fuente
de brío llorada
con sutil agua
que acoge confiado
al cansado espíritu

autor Fermosell m.s.

Frases propias

Qué es un deseo sino un sueño y qué es un sueño sino una ilusión formada por el propio deseo de soñar la ilusión que lleva ese deseo, todo es deseo, sueño e ilusión, nosotros decidimos su consumo

Las palabras pueden posarse en tu cuerpo si le damos la forma justa para que sean bien recibidas

Tu vida comienza precisamente en el instante que reconozcas lo que quieres, lo que deseas y lo que buscas sentir

Lo pasado no es vivido, es soportado, lo que has de vivir es lo bueno, lo que llegará si es que lo deseas

Los viajes del corazón tienen varias paradas y si en alguna de ellas hay una mujer como tú, entonces se recrea todo el tiempo

La gente intenta aparentar ser lo que no es para ocultar lo que ha sido siempre

Cuando dejamos de soñar somos menos libres

Lo que nunca se ha tenido, por bueno que sea, tampoco puede echarse de menos

Sólo puede odiarse a quien se quiere, lo demás, es puro desprecio

La amistad entre amigos suele quebrarse cuando la suma de ellos pueda hacerse con más de una mano

autor Fermosell m.s.

Frases propias

La lectura es el punto de partida de todo escritor, y la imaginación, el de llegada

No somos dueños de nuestro destino, sólo pagamos el alquiler durante un tiempo

Todas las despedidas suenan igual, parece como si nuestros oídos no escucharan las palabras y sólo se fijasen en la mirada del otro

El silencio es la parte del olvido que más suena

Pensamos con los ojos y hablamos con la mente. La voz es sólo el camino de las palabras que deseamos escuchar

La nostalgia es el sueño que siempre está viajando y nunca vuelve

Solamente el que es consciente de algo puede estar satisfecho de mucho

Los besos recibidos, cuando son dados, saben mejor que los ofrecidos que nunca se dan

El verdadero amor es como una alfombra que ya se ha extendido en el mapa de tus días y te conduce a través de bellos paisajes

Lo bueno de lo poco es que no hay que repartirlo

autor Fermosell m.s.

Vivir

Llegó a la parada meditando algunas cosas. Encontró a un hombre. Junto a él, una mujer; no les dio importancia recostando su cuerpo sobre la húmeda pa­red de aquella casa de dos pisos excluyéndose, poco después y por completo, del mundo exterior.
Pensó
en su vida y situación, fueron unos minutos en los que la mente viajó libre sobre un espacio llano, sin ningún tipo de obstáculos.
Miró a la izquierda para observar que habían llegado cuatro personas más,
dos jóvenes que charlaban distraídamente, una señora de aspecto cansado, según dedujo por sus movimientos, y una chica.
Empezó a fijarse en ella con una mirada lenta, pero firme. La muchacha se aproximó bastante, casi tanto que podía escuchar su respiración. También lo miró. Sus ojos despedían curiosidad y algo de asombro.
Él hizo lo mismo observándola con detalle para darse cuenta de lo guapa que era. Al lado, la señora entrada en edad, se diría que estaba ausente, como si no pensara, pero él quería volver a la chica que de reojo no perdía oportunidad para seguir mirándolo.
Poco después vino el autobús subiendo primero aquel hombre, luego la chica, los jóvenes, la mujer y, finalmente, él, que intentaba no perder conexión con aquella mirada.

Una vez dentro, se colocó a su lado. Ambos en silencio, sin apartar las miradas, muy próximos. Era preciosa. Se sonrieron
. Estaban callados. Aquella joven le hacía sentirse de una manera extraña, pero agradable. Al poco, sus pensamientos, fijados en la contemplación de ambos, se cortaron para atender lo que decía.
Le refirió algo sobre que no sabía por dónde iban. Mencionó el lugar. Luego, otro silencio que se ce­
rró al preguntarle por un barrio. Contestó que de nombres no sabía apenas nada y continuó hablándole. Su voz era fina, dulce. Con tono apagado le dijo que la próxima era su parada. La suya, más abajo, y como no deseaba terminar aquello, bajaron juntos.
La complicidad entre los dos era cada vez mayor y las palabras carecían de importancia porque no llegarían a explicar nunca la sensación que notaban, pero le habló de sus ambiciones, de que ese día, gracias a que faltó a clase, la pu­do conocer.

Empezaba a quererla.
Se sentaron en un hermético banco de cemento. Una pausa más y de nuevo hablaron. Ella dijo que hubiese preferido seguir estudiando, que tra­bajaba mucho, que le había gustado. Notaba que sus ojos, cuando la miraba, tenían una dependencia irracional que marcaba sus sentidos.
Lo miró. Hizo igual. Apartó el bolso que había en
tre ellos y se acercó más. Puso el brazo por encima y la apro­ximó descansando su cabeza sobre el hombro de él.
Se fijó en la falda larga de cuadros marrones que lle
vaba. Distinguió una pequeña mancha en sus zapatos de punta redonda.
Se miraron y la besó despa
cio. Su pequeña boca se movió para decirle,
-quiero estar contigo.
La besó otra vez, con suavidad, cariñosamente.

La oscuridad de la noche era la única compañía.
Hacía frío. La abrazó aún más fuerte. Le contó que vivía por vivir. Estaba exenta de ilusión, vacía. Se sentía desgraciada. Ahora, sería distinto. Llevaba un yérsey rojo, muy fino, y una rebeca azul. Sus manos se posaron sobre aquella tela y descansaron sobre su pecho. Notó el palpitar rápido y rítmico del corazón.
Nuevamente la atrajo. Se miraron.
Su achatada nariz le recordó algo de la ni­ñez. La quería. Ella también a él. Era extraño todo lo que ocurría. Sabía que le había devuelto la esperanza y ganas de vivir. Necesitaba su presencia. Sonreía. Su rostro se llenó de felicidad. Su cuerpo despedía un calor lleno de fogosidad y anhelo. Estuvieron callados, en silencio. Pensó en aquella sorpresa que le deparó el destino y agradeció el haberla conocido. Era feliz. La calma y serenidad de aquella gélida noche propiciaba esos momentos. Susurró algo despacio, le preguntó cómo se sentía. Pero no contestó. Volvió a preguntarle y nada escuchó empezando a notar la frialdad de su cuerpo, del silencio que había dejado de ser indolente. La miró mientras caía desplomada sobre sus piernas. Los ojos de ella le miraban fijamente, pero sin brillo, con una ausencia total de luz. Con suavidad apoyó su cabeza sobre el frío y duro banco.
Tomó sus libros y comenzó a caminar sin comprender que la oscuridad de la impenetrable noche había acabado con las ilusiones de un corazón demasiado frágil. Ni siquiera sabía su nombre. No hubo necesidad.
Caminaba pensando en lo ocurrido. Al comenzar la tarde nada tenía, después lo tuvo todo y más tarde dejó de tenerlo. Reprochaba que aquello durase tan poco tiempo. No dio lugar a amarla y otra vez estaba solo.
Vivía por vivir y cuando tuvo una razón para hacerlo dejó de existir, luego nacería en él.

autor Fermosell m.s.

Estrellas

He logrado escribir
los versos más bellos,
quedan dibujados
en arenas blancas,
hablan entre ellos
y se deslizan en líneas
que van tras de ti,
son tuyos, te pertenecen
porque regalas estrellas
que caminan
sobre ideas que cruzan
llevando sólo ternura,
y aplacas mi ira que viaja
en calles desiertas sin nombre
fijándote en besos hallados,
aquellos que marcaron
tempestades muertas
a través de un tiempo infame,
siéntate a mi lado
mientras tocas el pelo,
calma mis ansias de locura,
devuélveme la paz
que marchó distante

autor Fermosell m.s.