Llegó a la parada meditando algunas cosas. Encontró a un hombre. Junto a él, una mujer; no les dio importancia recostando su cuerpo sobre la húmeda pared de aquella casa de dos pisos excluyéndose, poco después y por completo, del mundo exterior.
Pensó en su vida y situación, fueron unos minutos en los que la mente viajó libre sobre un espacio llano, sin ningún tipo de obstáculos.
Miró a la izquierda para observar que habían llegado cuatro personas más, dos jóvenes que charlaban distraídamente, una señora de aspecto cansado, según dedujo por sus movimientos, y una chica.
Empezó a fijarse en ella con una mirada lenta, pero firme. La muchacha se aproximó bastante, casi tanto que podía escuchar su respiración. También lo miró. Sus ojos despedían curiosidad y algo de asombro. Él hizo lo mismo observándola con detalle para darse cuenta de lo guapa que era. Al lado, la señora entrada en edad, se diría que estaba ausente, como si no pensara, pero él quería volver a la chica que de reojo no perdía oportunidad para seguir mirándolo.
Poco después vino el autobús subiendo primero aquel hombre, luego la chica, los jóvenes, la mujer y, finalmente, él, que intentaba no perder conexión con aquella mirada.
Una vez dentro, se colocó a su lado. Ambos en silencio, sin apartar las miradas, muy próximos. Era preciosa. Se sonrieron. Estaban callados. Aquella joven le hacía sentirse de una manera extraña, pero agradable. Al poco, sus pensamientos, fijados en la contemplación de ambos, se cortaron para atender lo que decía.
Le refirió algo sobre que no sabía por dónde iban. Mencionó el lugar. Luego, otro silencio que se cerró al preguntarle por un barrio. Contestó que de nombres no sabía apenas nada y continuó hablándole. Su voz era fina, dulce. Con tono apagado le dijo que la próxima era su parada. La suya, más abajo, y como no deseaba terminar aquello, bajaron juntos.
La complicidad entre los dos era cada vez mayor y las palabras carecían de importancia porque no llegarían a explicar nunca la sensación que notaban, pero le habló de sus ambiciones, de que ese día, gracias a que faltó a clase, la pudo conocer.
Empezaba a quererla. Se sentaron en un hermético banco de cemento. Una pausa más y de nuevo hablaron. Ella dijo que hubiese preferido seguir estudiando, que trabajaba mucho, que le había gustado. Notaba que sus ojos, cuando la miraba, tenían una dependencia irracional que marcaba sus sentidos.
Lo miró. Hizo igual. Apartó el bolso que había entre ellos y se acercó más. Puso el brazo por encima y la aproximó descansando su cabeza sobre el hombro de él.
Se fijó en la falda larga de cuadros marrones que llevaba. Distinguió una pequeña mancha en sus zapatos de punta redonda.
Se miraron y la besó despacio. Su pequeña boca se movió para decirle,
-quiero estar contigo.
La besó otra vez, con suavidad, cariñosamente.
La oscuridad de la noche era la única compañía. Hacía frío. La abrazó aún más fuerte. Le contó que vivía por vivir. Estaba exenta de ilusión, vacía. Se sentía desgraciada. Ahora, sería distinto. Llevaba un yérsey rojo, muy fino, y una rebeca azul. Sus manos se posaron sobre aquella tela y descansaron sobre su pecho. Notó el palpitar rápido y rítmico del corazón.
Nuevamente la atrajo. Se miraron. Su achatada nariz le recordó algo de la niñez. La quería. Ella también a él. Era extraño todo lo que ocurría. Sabía que le había devuelto la esperanza y ganas de vivir. Necesitaba su presencia. Sonreía. Su rostro se llenó de felicidad. Su cuerpo despedía un calor lleno de fogosidad y anhelo. Estuvieron callados, en silencio. Pensó en aquella sorpresa que le deparó el destino y agradeció el haberla conocido. Era feliz. La calma y serenidad de aquella gélida noche propiciaba esos momentos. Susurró algo despacio, le preguntó cómo se sentía. Pero no contestó. Volvió a preguntarle y nada escuchó empezando a notar la frialdad de su cuerpo, del silencio que había dejado de ser indolente. La miró mientras caía desplomada sobre sus piernas. Los ojos de ella le miraban fijamente, pero sin brillo, con una ausencia total de luz. Con suavidad apoyó su cabeza sobre el frío y duro banco.
Tomó sus libros y comenzó a caminar sin comprender que la oscuridad de la impenetrable noche había acabado con las ilusiones de un corazón demasiado frágil. Ni siquiera sabía su nombre. No hubo necesidad.
Caminaba pensando en lo ocurrido. Al comenzar la tarde nada tenía, después lo tuvo todo y más tarde dejó de tenerlo. Reprochaba que aquello durase tan poco tiempo. No dio lugar a amarla y otra vez estaba solo.
Vivía por vivir y cuando tuvo una razón para hacerlo dejó de existir, luego nacería en él.
Vivir
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8 comentarios:
Muy buena, de las que enganchan hasta el final inesperado, me ha gustado mucho niño, pero me ha dado pena el final...
Muchos besos.
Silvia
Tu sabes que no me gusta leer cosas tan largas, pero esto de verdad engancha. Muy buena.
Jjajajaj.......
El comentario de Luz es sincero y oportuno, a lo mejor los siguientes relatos los hago de cinco o seis líneas.ja,ja,ja.
Un beso chiquilla.
Silvia, aquí no cabía otro final para dejar constancia de lo efímero de la verdadera felicidad. Un beso.
Tu sabes que siempre digo la verdad a la cara. A lo mejor empiezo a leer relatos largos. Asi no tienes que cambiar sus costumbres. Un saludo.
Me parece un buen relato, con el contexto y la medida oportunos...
Miguel mientras no acortes lo besos... jajajaj.
Chiclana eres genial .
Miral hola niña.
Besos largossssssssssssssssssssssssss.
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